El 17 de noviembre del año pasado, el fiscal interino en la Corte del Distrito Este en Brooklyn, Seth DuCharme, le notificó a la jueza Carol Amon que el gobierno de Estados Unidos se desistía de las acusaciones en contra el general Salvador Cienfuegos, por recibir sobornos del Cártel de los Beltrán Leyva a cambio de protección por razones políticas, pero insistió que era “un caso fuerte” por lo bien documentado de la investigación de la DEA. A la luz de las pruebas que envió el gobierno estadounidense a México, esas pruebas resultaron pólvora mojada, y podrían ser uno de los fiascos públicos más sonados de esa agencia.
La revisión de decenas de mensajes de BlackBerry que envió el Departamento de Justicia de Estados Unidos a la Fiscalía General para que investigara y procesara al ex secretario de la Defensa, muestran deficiencias e inconsistencias que se
ayer en este espacio, y también la forma como la DEA creyó lo que Daniel Isaac Silva Gárate, apodado el
H-9, le dijo a su jefe Juan Francisco Patrón Sánchez, el
H-2, que tomaron como verdaderos los mensajes enviados desde el móvil de “Zepeda”, presuntamente el que usaba el general Cienfuegos para comunicarse con ese narcotraficante de tercer nivel en el cártel.
De acuerdo con el expediente dado a conocer por el gobierno mexicano, el método de comunicación que tenían el
H-2
y el
H-9
consistía en 11 celulares cada uno, cuyos usuarios eran, entre los más utilizados el periodo referido, “Superman”, “Batman”, “Spartacus”, “Samantha” y “Thor”. Hay otros mensajes de subalternos de ellos, que aportaban información de apoyo. En ese sistema creado para esconder su identidad, aparece un tercer usuario cuyos mensajes servían para apoyar lo que decía Silva Gárate a Patrón Sánchez, que supuestamente probaban que tenían comunicación con el general Cienfuegos, cuyo apellido materno es Zepeda. Ese tercer usuario, “Zepeda”, sólo enviaba mensajes al celular del H-9, quien de esa forma lo convirtió en el móvil de su usuario 12.
A través del usuario 12, Silva Gárate endulzó el oído de Patrón Sánchez, quien se percibe a través de los mensajes como una persona acomplejada y aspiracional. En un mensaje, cuando se supone que el
H-9
está con el general Cienfuegos el 9 de diciembre de 2015 (página 78), le pidió: “DÁgalA que traigo un gusto que nunca había sentido que me siento tranquilo y vamos a seguir asiendo las cosas bien”. Poco después (página 89), añadió: “Q primero dios sueÁ=0 con ser grande, pero tambiÁCn quiero cambiar la historia de la mafia que no me anden buscando para matarme quiero hacer todo lo mejor para que me quieran”.
Aunque esta parte es subjetiva, permite ver la necesidad de Patrón Sánchez de tener un respaldo como el del secretario de la Defensa, pero no provocó que la DEA profundizara y aclarara las contradicciones en su investigación. Parecería que estaba tan deseosa de que fuera cierta, como la del
H-2
que su protector fuera el general Cienfuegos. Por ejemplo, el mismo 9 de diciembre, cuando se dio el supuesto primer encuentro entre el
H-9
y el general, le envía otro mensaje al
H-2, “El padrino me dio el nombre de Salbador Sinfuego Sepeda”, que genera una duda seria que, cuando menos como hipótesis, debió haber sido planteada.
¿No sabía Silva Gárate que iba a hablar con el secretario de la Defensa Cienfuegos? Aunque no se precisa eso en el expediente, que empieza ese mismo día lo que entregó el Departamento de Justicia al gobierno mexicano, tampoco se explica –porque lo compartido fue información de inteligencia en nivel de materia prima- cómo procesaron mensajes futuros donde las dudas del
H-2
no se reflejaron en cómo resolvió las suyas, si las llegó a tener, la DEA.
Mensajes clave sobre la duda de si el “Padrino” era el “Padrino”, y si “Zepeda” era realmente Cienfuegos, aparecieron en la última semana de noviembre de 2016. El día 24 (página 521), después de hablar con personas de su confianza, Patrón Sánchez le escribió a Silva Gárate: “La sra le dice a la Cinthya que el padrino que creo no es real”. Inmediatamente le responde el H-9: “Q si es el que digo yo”. La información que le habían dado al
H-2
ese día era que el “Padrino” era un “militar retirado” que era “era amigo del secretario de la Defensa”.
El
H-2
le decía al
H-9
que se iba a “volver loco” por esta información contradictoria, y le decía que si era en realidad Cienfuegos, no habría problema, pero que si no, como lo expresó casi una hora y media después de los intercambios con sus dudas (página 470), “voy a venir matando gente”. El
H-9
le respondió, presuntamente citando al general: “Que por favor le tenga confianza”. El
H-2
se tranquilizó, de acuerdo con los mensajes difundidos, y concluyó que si no era el general Cienfuegos quien los estaba apoyando, sí había un militar que los está “cuidando”.
Los mensajes enviados por el Departamento de Justicia muestran a un general cursi, afeminado, mendigando por dinero ante un narcotraficante menor, deseoso de ayudar a un cártel desmoronándose, que se contrapone con la personalidad del ex secretario de la Defensa. No hay, en la información divulgada, referencias a perfiles del general o del
H-2
y el
H-9
que ayudaran a contrastar su carácter con los mensajes.
La DEA no se cuestionó nunca la posibilidad que “Zepeda” no fuera Cienfuegos, como reflejó DuCharme en la presentación del caso, donde afirmó que la investigación incluía “numerosas comunicaciones entre el acusado y un líder del cártel del
H-2”, donde “el acusado discutía su ayuda histórica con otras organizaciones de narcotráfico, así como comunicaciones en las cuales el acusado es identificado por nombre, título y fotografía”. El usuario 12 parece que también les tomó la medida, incluso sin habérselo propuesto.
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