En la radicalización de su mundo binario donde quien no es su incondicional está contra él, Andrés Manuel López Obrador se olvidó de todo aquello que le permitió llegar a la Presidencia y acusó a Cuauhtémoc Cárdenas, el líder moral de la izquierda mexicana que le dio el impulso que lo colocó en el sitio donde está, de estar ahora del lado de las oligarquías. La increíble declaración de López Obrador sólo se entiende en su incapacidad para distinguir el disenso de la oposición, y su monumental egocentrismo al estilo Luis XIV, donde todo gira en torno a él y no hay más espacio en la arena pública que para su protagonismo.
No le gustó a López Obrador que figurara Cárdenas en un colectivo plural, donde predominan las ideas progresistas, inspirado en su libro publicado el año pasado, Por una democracia progresista, donde desde una posición claramente de izquierda y un nacionalismo moderno, plantea de manera implícita un programa de gobierno para el futuro. El pensamiento reduccionista del presidente le impide ver matices y ubicar a cada quien en la dimensión histórica adecuada. Sólo él tiene la autoridad para estar del lado correcto de la Historia, no otros que lo opaquen, como Cárdenas, a quien ya considera un adversario.
“En política sí, si él asume una postura de este tipo”, dijo López Obrador. “Lo estimo mucho, lo respeto, lo considero precursor de este movimiento, pero estamos viviendo un momento de definiciones y esta ancheta (una descripción que parece desafortunada porque no representa lo que quiso decir) está muy angosta, no hay para dónde hacerse. Es estar con el pueblo o con la oligarquía. No hay más; no hay para dónde hacerse”.
López Obrador no se definió de izquierda el difamar a Cárdenas, al identificarlo como parte del “ala moderada del bloque conservador”, como calificó al grupo plural del Colectivo por México, presentado el lunes, sin dar tiempo siquiera, como sucedió horas después, que el ingeniero se deslindara del grupo. La afirmación del presidente que el lado correcto de la Historia es “estar con el pueblo”, tiene mucho pero retórico, pero su palabra está hueca. Hoy hay más pobres que los que había cuando concluyó su mandato Enrique Peña Nieto, y es un país con más precariedad, podredumbre y pauperización que cuando llegó a la Presidencia.
Entre los dos, no hay comparación. Cárdenas, por genética, biografía política y acción, es un político de izquierda, demócrata y con visión de Estado. López Obrador no resiste la prueba del ácido. Es conservador en lo social -sus creencias sobre la despenalización del aborto y el cambio climático, están en sus antípodas ideológicas-, reaccionario -opuesto a todo cambio, que lo lleva a actitudes regresivas-, y económicamente tan neoliberal o más, como aquellos gobiernos a los que fustiga sistemáticamente. El discurso de los pobres, que emplea para descalificar a todos, como ahora con Cárdenas, no tiene asideras en una política pública, sino en un asistencialismo de dádivas, más propio de la Iglesia Católica.
En su perorata contra Cárdenas y el Colectivo por México, los acusó de apostar por la simulación y el gatopardismo de cambiar las cosas para que sigan igual. Es cierto que no se le puede adjudicar a López Obrador actuar como Gatopardo, porque no cambia para no cambiar. El presidente sí ha promovido un cambio, pero para destruir, principalmente a las clases más desprotegidas, que son las que dice defender, como lo demuestran todos los indicadores en pobreza, bienestar, educación y salud. Puede decir López Obrador lo que se le ocurra, pero al final son los resultados los que cuentan y marcarán su sexenio.
Por la forma belicosa y vitriólica del tono de López Obrador en las mañaneras, se podría pensar que está claro del rumbo descendente a donde ha llevado el país, pero incapaz de admitir errores y corregirlos, acelera para ganar tiempo y ver si es capaz de poder imponer a su candidata -o candidato-, antes de que la realidad lo alcance a él, para que llegue a Palacio Nacional. Ensimismado, como parece estar, actúa sin filtros y dinamita todos los puentes.
Es el caso con Cárdenas, con quien lleva meses de molestia por sus declaraciones y críticas a su gobierno, afloraron este martes. Cuauhtémoc es hijo de Lázaro Cárdenas, el mejor presidente en la Historia de México, según López Obrador, y de cuyo legado quiere despojar a quien lo hizo crecer y llevó a la arena pública nacional, importándolo de Tabasco, haciéndolo líder del PRD y después empujó a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.
Ser mal agradecido es algo recurrente en López Obrador, aunque en este caso en particular, se excedió. Qué impacto tendrá haber difamado a Cárdenas, un político respetado por todos por su congruencia, coherencia e integridad, dependerá de la reacción del ingeniero. Hombre que mide con cautela los contextos políticos, canceló su participación en el Colectivo por México, pero López Obrador no apreció el gesto y apresuradamente rompió con Cárdenas.
Si hubiera coherencia, la izquierda democrática del país tendría que deslindarse del proyecto reaccionario de López Obrador, y su hijo, Lázaro Cárdenas Batel, renunciar como coordinador de asesores del presidente. Por meses, ha soportado los desaires e insultos de López Obrador, el sectarismo del núcleo duro del presidente, y la forma como su secretario privado lo ha castigado y marginado. Lo ha soportado por su carácter y quizás también por un proyecto que podría ser verdaderamente de izquierda, no la pantomima que se vive en Palacio Nacional.
Pero más allá de cuál pudiera ser la reacción pública, hay un quiebre público con Cárdenas, del que no veremos su dimensión por la personalidad del ingeniero, pero que se podría ir sintiendo si la agresión es semilla para construir una opción real de izquierda que acabe con el aventurismo de López Obrador y su simulación ideológica. Ahora, de todo lo que dijo el presidente, hay algo que debe rescatarse: es el momento de definirse y, parafraseándolo, quitarle la máscara de lo que no es.
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