El 25 de noviembre de 2008, el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos difundió un informe sobre las operaciones tácticas en el mundo, que en 51 páginas proveía una perspectiva para las tendencias futuras de riesgo, los conflictos, sus contextos e implicaciones. “Es términos de los peores escenarios para el Comando Conjunto, y para el mundo, dos estados importantes y grandes requieren de consideración por un rápido y súbito colapso: Pakistán y México”, afirmó este informe sobre los riesgos que enfrentaba Estados Unidos. Desde la aparición de este documento se comenzó a mencionar que México era un estado fallido, que a finales de la década pasada provocó un agitado debate político en México sobre la definición, y que en los últimos días volvió a resurgir porque el general John Kelly, jefe de Gabinete de la Casa Blanca, lo subrayó durante una reunión privada con los líderes demócratas en el Capitolio.
Un estado fallido se refiere a estados débiles donde no existe un gobierno efectivo ni tiene el uso legítimo de la fuerza, y donde los poderes fácticos, los poderes de hecho, son quienes imponen sus decisiones por encima de la ley. Kelly se refirió a México como “un narcoestado fallido”, según las descripciones de prensa, durante la reunión en la Casa Blanca, presidida por el presidente Donald Trump. El mismo día que se publicó la primera referencia de Kelly en el diario The New York Times, el secretario de la Defensa, el general Jim Mattis, viajó a México para participar en las conmemoraciones de la Independencia. En el avión, los periodistas que lo acompañaron le preguntaron sobre lo dicho por Kelly.
“¿Cree que México está explotando?”, le preguntó un periodista. “No”, respondió Mattis. “El gobierno (mexicano) está perfectamente consciente de su problema de criminalidad. Están enfrentándolo. En el problema de las drogas que están llegando a Estados Unidos, estamos trabajando conjuntamente. México tiene, como cada nación, los desafíos que tiene que enfrentar, y está consciente de ellos, y aquí estoy para apoyarlos en combatirlos”. Mattis fue cuidadoso en las horas previas a su llegada a México, invitado por los secretarios de la Defensa, el general Salvador Cienfuegos, y de la Marina, el almirante Vidal Soberón. Pero Mattis sabía perfectamente del contexto de lo que había hablado Kelly. Cuando el pentágono publicó el documento sobre los riesgos futuros, el general Mattis firmó la presentación como jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas.
El gobierno del presidente Enrique Peña Nieto sabe desde hace tiempo que las relaciones con Estados Unidos en materia de seguridad han sido bastante malas y de creciente desconfianza. Comenzó la tensión durante el gobierno de Barack Obama, porque el diseño de la política de seguridad peñista partía del principio de cortar de tajo prácticamente toda la relación diversificada con las agencias de seguridad y de inteligencia de Estados Unidos. Una de las primeras señales de recelo fue cuando el gobierno mexicano decidió no participar en el proceso de la doble certificación, que exigía el estadunidense para poder compartir información de inteligencia de alta calidad. Sólo la Marina mantuvo la norma; y sólo la Marina siguió recibiendo esa información. El desmantelamiento de Plataforma México, que se construyó con los recursos de la Iniciativa Mérida, fue otra señal de duda. La destrucción de los sistemas y protocolos del sistema penitenciario, que facilitaron la fuga de Joaquín El Chapo Guzmán, fue síntoma que los recursos se estaban utilizando para fines poco claros.
El gobierno de Obama, y el del presidente Donald Trump al relevarlo, vieron como responsable de este retroceso en materia de seguridad al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. Nunca le negaron una visita a Washington, pero tampoco le abrieron la puerta a la Casa Blanca. Incluso, cuando viajó en enero del año pasado el presidente Peña Nieto a ver a Obama, aceptaron la visita a la Oficina Oval con su comitiva de secretarios, siempre y cuando no llevara a Osorio Chong. Durante la transición del gobierno electo de Trump, Luis Videgaray, ministro sin cartera en ese entonces, se reunió con el yerno del futuro presidente para rencauzar las maltrechas relaciones bilaterales, y de acuerdo con lo que reportó a Peña Nieto, tampoco querían a Osorio Chong.
No es protagonismo el que Videgaray, ahora secretario de Relaciones Exteriores, lleve la voz del gobierno de México en Washington sobre los temas de seguridad, desplazando al secretario de Gobernación, quien es el responsable de ella. Osorio Chong ha dicho que su relación con el equipo de seguridad de Trump es excelente y que a través de las pláticas que ha sostenido con ellos, les ha mostrado una realidad que no habían contemplado previamente. Osorio Chong ha hablado varias veces con el general John Kelly, cuando era su contraparte como secretario de Seguridad Interna, pues a mediados de julio fue nombrado jefe de Gabinete de la Casa Blanca.
Osorio Chong no persuadió a Kelly, ni modificó su idea sobre México. Al contrario. En el cuestionario que respondió al Comité de Seguridad Interna y Asuntos Gubernamentales del Senado en su audiencia de confirmación en enero, Kelly subrayó que el problema de la seguridad de Estados Unidos no estaba sólo en México, sino “en las junglas de América Latina y el istmo centroamericano”, y que se necesitaba trabajar con los mexicanos en una estrategia integral regional. La semana pasada el mismo general escaló el problema con México. Es un estado fallido, como ha descrito antes a los centroamericanos. No hay que trabajar con los mexicanos, sugirió, sino enfrentarlos.
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