Quien más le habló al presidente Enrique Peña Nieto de cómo se abrió y despresurizó la sucesión presidencial en 1987, terminó inaugurando el híbrido método para la de 2018. Emilio Gamboa, coordinador del PRI en el Senado y uno de los maquiavelos que hablan al oído del príncipe, en un jugueteo con la prensa definió la mano de cuatro en el ánimo del presidente. Tras ese destape, Peña Nieto anunció indirectamente los designados para jugar en la contienda. Esta afirmación es intuitiva a partir de la biografía de los hombres involucrados. Gamboa es un político sazonado en múltiples batallas, sumamente cuidadoso con lo que dice, e incapaz de colocar una palabra más allá de lo que se necesita para alcanzar el objetivo. Peña Nieto es ortodoxo, y como difícilmente se iba a atrever a innovar el proceso sucesorio dentro de su partido, había que abrir la válvula de presión y colocar nombres en el escenario donde el resto de los partidos ya tienen a sus actores.
No hay una fórmula única para el destape, como se conoce el acto más importante de un presidente para escoger a su sucesor desde que Abel Quezada, uno de los moneros políticos más relevantes en la prensa, la anidó en el imaginario mexicano a través de una campaña publicitaria jugando con la sucesión de Adolfo Ruiz Cortines, cuya unción fue resultado del acto racional que suelen hacer los presidentes, a quienes muchas veces se les ha atribuido la decisión a un acto de amiguismo. Miguel Alemán, que encabezó uno de los gobiernos más corruptos de la historia, buscó en Ruiz Cortines todo lo opuesto a él, un hombre austero que en su discurso de toma de posesión dijo que el suyo no sería un gobierno corrupto ni de amiguismos.
Años después, Gustavo Díaz Ordaz utilizó al líder de la Confederación Nacional Campesina, Augusto Gómez Villanueva –muy cercano al actual secretario de Hacienda-, para que destapara a Luis Echeverría, a quien cuando le tocó su turno de escoger a su sucesor, mandó al secretario de Recursos Hidráulicos, Leandro Rovirosa Wade, a declarar que había seis aspirantes a la candidatura. Miguel de la Madrid, en medio de una crisis dentro del PRI donde la disidencia le exigía abrir el proceso, les hizo caso, pero tuteló el método. Hizo que seis aspirantes a la candidatura presentaran su idea de país al Consejo Político del partido, de donde surgió Carlos Salinas. El secretario particular del presidente De la Madrid, dueño del 50% de la puerta de su despacho, era Gamboa, quien le contó a Peña Nieto la forma como su antecesor procesó la candidatura y, quizás, como se la abría a Salinas con más celeridad que al secretario de Gobernación, Manuel Bartlett.
Gamboa era secretario de Comunicaciones y Transportes en 1993 cuando llegó tarde a una comida en el hoy cerrado restaurante “María Cristina”, cerca de la Zona Rosa, a donde apresuradamente el presidente Carlos Salinas invitó a comer a seis periodistas para hablar del proceso de sucesión, ventilado en la prensa donde se discutían varios nombres, y deslizar su inclinación por Luis Donaldo Colosio. Salinas hizo lo que De la Madrid, López Portillo o Alemán hicieron, inclinarse por una persona que pensaban era lo más adecuado para las condiciones del país. De la Madrid necesitaba alguien ideológicamente comprometido con las reformas económicas, y López Portillo pensó en De la Madrid por la crisis económica que vivía el país. Alemán buscó en Ruiz Cortines el contraste a su administración. ¿Qué hará Peña Nieto?
El presidente piensa, porque así lo ha dicho en reuniones privadas, que la corrupción no es un problema de fondo que afecta a su gobierno, y expresado públicamente lo fundamental de que las reformas económicas, para que rindan los frutos por lo cual fueron impulsadas, sigan su curso programado. ¿Quién está comprometido con las reformas peñistas? Nuño, quien fue uno de los arquitectos del Pacto por México, en donde se procesaron, y Meade, quien ideológicamente es el más involucrado de todos con ellas. Los dos, si hubiera modificado el presidente su creencia sobre la corrupción como una de las variables de la sucesión, no parecen tener fantasmas en el clóset, como es el caso de Narro, aunque a diferencia de los primeros, como rector de la UNAM tomó posiciones en materia de política económica que le provocó fricciones con Nuño, en ese entonces jefe de la Oficina de la Presidencia, y como secretario de Salud propuso a principio de año en reuniones de gabinete, aplazar el gasolinazo.
Ninguno de ellos figura alto en las encuestas presidenciales. Pero no hay que engañarse. En este momento, esas mediciones no registran tendencia de voto, sino conocimiento. Por eso Osorio Chong, mencionado en los medios por cinco años, es quien siempre aparece en lo alto de las preferencias priistas. También tiene, a diferencia de los otros tres, más negativos y fantasmas de corrupción, reales o imaginarios, revoloteando en su clóset. A favor, por lo que se sabe, no es una variable que utilizará Peña Nieto en su elección final. Los restantes tienen como confort que el presidente dice que es irrelevante que su candidato tenga 1% de preferencia en este momento, porque en la campaña lo resolverá.
Nota: En la columna anterior, se mencionó que el general Michael Flynn había sido el primer militar en ser consejero de Seguridad Nacional. Es incorrecto. Previamente ocuparon el cargo otros dos militares, Colin Powell con Ronald Reagan, y Brent Scowcroft con Gerald Ford y George H.W. Bush.
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