“Si quieres aprender, enseña.” Cicerón
Una de las profesiones más importantes para nuestra sociedad, y paradójicamente quizá de las menos valoradas es la docencia; y es que es indiscutible que, gracias a la educación, a la investigación y al compromiso de los profesionales dedicados a la enseñanza la sociedad ha obtenido formación, avances científicos, crecimiento económico y desarrollo integral.
Por desgracia la docencia continúa siendo una actividad poco apreciada, en datos de una encuesta realizada por Gallup, empresa estadounidense de análisis y asesoría, se cuestionó a los participantes si se consideraba que los maestros eran tratados con respeto, la región de Latinoamérica se ubicó en la penúltima posición de la clasificación mundial, con solo 27% de respuestas positivas.
Las cifras y las investigaciones no dejan lugar para las dudas, incluso la Organización Profesional Estadounidense para Educadores, Phi Delta Kappa (PDK), señala que los principales motivos de la deserción docente son: descontento con el manejo de la disciplina de su escuela (60%); salario y pocos beneficios (22%); estrés, agotamiento o presión (19%); y la percepción de no sentirse respetados y valorados (10%).
La falta de reconocimiento, la mala paga y el exceso de carga laboral son factores que con el paso de los años han elevado el porcentaje de docentes que abandonan la enseñanza, pero además a estos elementos hay que sumar el estrés ya que de acuerdo a una investigación publicada por la RAND Corporation este último factor es la razón más común para dejar la enseñanza pública antes de tiempo, casi dos veces más popular que el salario insuficiente.
Y es que se debe resaltar que incluso muchos de los docentes que abandonaron su empleo aceptaron trabajos con un salario inferior o casi igual, y tres de cada 10 pasaron a laborar en espacios sin seguro médico, ni prestaciones de jubilación, todo con tal de alejarse un poco del estrés implícito en las largas jornadas laborales y en las horas enfocadas en planeaciones de clases y cronogramas.
Desafortunadamente, la pandemia ocasionada por el virus SARS-CoV-2, ha hecho que la tensión y la ansiedad en los docentes se acentúen, ya que además de tener que lidiar con la presión para alcanzar los objetivos de aprendizaje, también se debe invertir un mayor número de horas en las estrategias didácticas y en el análisis de teorías; ya que contrario a lo que se pensaba, las clases en modalidad virtual hacen que la atención de los alumnos sea mucho más dispersa y escaza.
¿Podríamos enfrentarnos pronto a una crisis de deserción docente?, ¿cuáles serían los enfoques que se deben adoptar tanto en políticas públicas como en el ámbito privado para evitar el abandono?, ¿cómo la pandemia cambiará la experiencia escolar tanto en maestros y alumnos? Demasiadas preguntas han comenzado a hacerse presentes en esta importante labor, pero el agotamiento y la fatiga parecen ser detonantes significativos. Incluso de acuerdo al Departamento del Trabajo de Estados Unidos, en los primeros 10 meses de 2018, los educadores públicos renunciaron a una tasa promedio de 83 por cada 10,000 al mes.
Las dimisiones han comenzado a estar cada vez más patentes en lugares como el Reino Unido, Australia, Chile, Venezuela y nuestro país, este último, donde además de la deserción, se debe contemplar el posible déficit de maestros que proyectó hace tres años el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, ya que se mencionó que estadísticamente para el 2023 no se contaría con suficientes profesionistas de esta importante área en los niveles de primaria y secundaria.
La situación requiere análisis exhaustivo además de atención puntual, por parte de cada sector de la población, es necesario que repensemos el valor y significado que tienen los docentes en la construcción y desarrollo social, que reevaluemos nuestras expectativas hacia su trabajo, pero sobre todo que nos enfoquemos en aumentar su retribución económica y su salario emocional.