¿Entender al Presidente?

16 de Noviembre de 2024

¿Entender al Presidente?

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El presidente tiene una personalidad complicada y uno de sus principales defectos es que nos miente constantemente; además, utiliza de forma frecuente el término de justicia, pero este concepto para él es muy subjetivo y muy personal. En realidad, su estilo de gobernar consiste en romper reiteradamente el orden jurídico

Tenemos un Presidente que todo el tiempo habla, por lo que observamos a un funcionario contradictorio. Puede ser una persona que consideramos normal o típica, o puede padecer algún tipo de enfermedad. De estas dos posibilidades se producirían efectos totalmente diferentes: la primera es que el Presidente sea una persona con muchos problemas y limitaciones internas, y la segunda, es que pudiera presentar algún trastorno neurológico y/o emocional como narcisismo patológico, mitomanía, perversidad, absoluta falta de empatía, distorsión de la realidad o problemas con la autoridad que provocan transgresiones constantes a las reglas.

A grandes rasgos existen dos tipos de racionalidad: la sustantiva y la instrumental. En el primer caso, mentalmente tendríamos un debate en el que comparáramos nuestros argumentos con los del Presidente, pero esta opción es imposible de realizar porque casi nunca da argumentos basados en la realidad.

Por tanto, esta herramienta tenemos que descartarla y sólo nos queda la racionalidad instrumental, en la cual adecuamos medios afines.

Es decir, si sabemos cuál es su objetivo podríamos pensar en los medios más adecuados para llegar a ese fin.

Si tiene una personalidad tan complicada y uno de sus principales defectos es que nos miente constantemente. ¿Por qué muchas personas le creen y una cantidad importante de ellos lo hacen con tal fanatismo que es difícil de entender?

La hipótesis para intentar desentrañar esta incógnita la podemos dividir en tres componentes: el primero, es que todos mentimos; el segundo es el miedo a la libertad, y el tercero es la corrupción.

La mentira es consustancial a todos los seres humanos. Decimos cosas con la finalidad de engañar para hacer creer en la existencia de algo que no es real. Es un mecanismo de defensa para evitar conflictos o para obtener beneficios.

Los psicólogos han observado que mentimos para quedar bien, para evitar castigos, para cubrir mentiras, para conseguir algo, por venganza o para no dañar a otro.

El Presidente nos miente tan seguido que la sociedad ya se acostumbró, por lo que no se asombra y lo internaliza como algo natural. El creerle o no depende de cada uno, pero este discurso hasta ahora aparentemente no ha afectado significativamente la vida cotidiana de las personas.

Es relevante advertir que el Presidente no sólo miente como lo hace cualquier otra persona, también utiliza las técnicas de propaganda para diseminar, difundir o promocionar sus ideas; esto es mucho más complejo que la simple mentira. Con la propaganda tenemos un proceso de comunicación deliberado, que tiene muchas formas, por las cuales se busca persuadir o ganar adeptos.

Se usa la mentira para manipular a las personas con el fin de modificar opiniones y acciones.

›El Presidente entiende la política como un espectáculo.

Es probable que en el trabajo con sus colaboradores les ordena y actúa normal, pero en cuanto está en público todo se convierte en actuación. Se transforma en el actor principal y tiene una necesidad irrefrenable de hablar y actuar.

Sólo él puede ser la estrella, los demás servidores públicos son actores secundarios; el escenario se prepara para que él destaque y se presenta como el nuevo héroe en su historia de bronce. En esta obra existe un guion; se selecciona lo que se quiere destacar y lo que desea transmitir. En sus obras teatrales se mezcla su espontaneidad, el mensaje preparado y el uso de propaganda.

El segundo componente consiste en el miedo a la libertad que Erich Fromm analizó en su libro del mismo nombre. En este gobierno que concentra el poder en un solo hombre como sucedió con el fascismo y nazismo, el libro de Fromm es de lectura obligada. Como Fromm sostiene, muchas personas le temen a la responsabilidad de la libertad, al grado de preferir la dependencia y sumisión a un líder. La angustia de ser libres los vuelve ansiosos y renuncian a su libertad y con la mayor disposición siguen al hombre poderoso. Para estas personas la libertad es una amenaza.

El tercer componente es la corrupción de los gobernantes. Desde la época colonial a nuestros días, la corrupción ha sido un mal endémico en nuestro país; los gobernantes casi siempre se enriquecen y hacen negocios al amparo de su cargo público. Esta conducta es algo que no ha cambiado con el nuevo gobierno.

Dice que su llegada al poder es una revolución pacífica, pero ¿qué significado le da al concepto de revolución? El Presidente piensa que su movimiento implica la destrucción del antiguo régimen y la creación de uno nuevo, quiere llevar a cabo un cambio profundo en las estructuras del poder y de la sociedad, por lo que actúa en congruencia racional al tratar de destruir las instituciones existentes. El gran problema radica en que una parte importante del voto que lo llevó al poder no se lo otorgó con ese fin. Lo que buscaban era un cambio para mejorar la calidad de vida en todos los aspectos, vivir en paz, seguros y sin corrupción.

Otro término que utiliza frecuentemente es el de la justicia. Se concibe a sí mismo como un gobernante justo, pero el problema se presenta cuando no existe una definición de justicia. ¿Qué es lo justo? Cada sociedad lo ha tratado de resolver en el momento histórico en el que se encuentra sin lograrlo satisfactoriamente.

Es evidente que su concepto de justicia es subjetivo y muy personal, por lo que gobernar sólo con sus ideas y creencias, sin tomar en cuenta la ley, las instituciones y las opiniones de los demás conduce exactamente al lado opuesto, sus acciones muchas veces son injustas y estamos sometidos a una tiranía.

Otra de las grandes deficiencias que tiene el Presidente en su estilo de gobernar, consiste en romper reiteradamente el orden jurídico. Lo ignora, antepone su visión personalísima de justicia u otros fines sobre la ley; cuando le conviene habla de que cumple con la misma, en otras ocasiones ignora el orden normativo, y, como acaba de pasar con la ampliación del mandato del Presidente de la Corte, de plano acepta que la decisión es inconstitucional pero

necesaria para obtener lo que él se propone.

¿Sabías que? Hoy en día en donde existen estados nacionales, los gobiernos democráticos presentan obstáculos insalvables.

¿Qué valor tiene para el Presidente el derecho? Ninguno, ¿qué función juega en el ordenamiento y cohesión de la sociedad? Ninguna. Es un estorbo en la toma de sus decisiones.

›Es probable que nunca le enseñaron o aprendió por su cuenta lo que es el derecho y lo indispensable que es para que una sociedad funcione. Sin el orden jurídico no existe certidumbre y, sin ésta, no se da un clima propicio para que las personas interactúen, por lo que tarde o temprano se produce el fenómeno de la anomia.

Durante su carrera política ha transgredido las leyes y no ha sufrido ninguna consecuencia; es más, su actitud transgresora y la impunidad que ha disfrutado desde que tomó los pozos petroleros hasta ahora, le ha generado beneficios. Romper la ley y las reglas le ha permitido culminar una carrera política exitosa, por lo que ahora que tiene todo el poder no ve la necesidad de someterse al orden jurídico.

El primer mandatario lee la Constitución y las leyes a su saber y entender. Toma las partes que le convienen e ignora las que no le permiten su voluntad. La Constitución es un instrumento a su servicio y considera que está por encima de ella.

Su autoritarismo es aceptable por el hecho de que en México nunca hemos vivido en democracia. En la colonia nos gobernó un rey; durante el siglo XIX se formó y consolidó el Estado mexicano independiente, pero estuvo plagado de guerras, golpes de Estado, intervenciones y dictadores. Así transitamos del primer imperio a repúblicas federales o centrales e intervenciones extranjeras. En todo ese siglo las elecciones y la democracia fueron intrascendentes. En el siglo XX se vive la Revolución y los triunfadores construyeron un autoritarismo liberal (época del PRI).

En el año 2000, muchos esperaban la transición a la democracia, pero no se dio. El régimen sí se transformó, pero lo que surgió no fue una democracia sino una partidocracia oligárquica. Las élites de los tres grandes partidos (PRI, PAN y PRD) se repartieron el poder y cerraron bastante la circulación de nuevas élites; los puestos se repartían en cuotas cupulares y los fraudes electorales ya no se dieron el día de las elecciones en la casilla electoral o con la alteración de los paquetes. El fraude se trasladó al uso excesivo de dinero no regulado por la autoridad electoral durante las campañas, la cooptación clientelar y el desvío de recursos públicos para la compra de votos.

En 2018, la ciudadanía se cansó de la partidocracia oligárquica y corrupta y la desplaza del poder. La presidencia se la otorgó a un líder que controla a políticos del pasado que han disfrutado de los beneficios del sistema que acaban de derrotar, pero en lugar de transitar a la democracia, el régimen se transforma en un autoritarismo puro, en donde el poder y la toma de decisiones los controla un solo hombre, el Presidente.

Etimológicamente la democracia significa el gobierno del pueblo. A primera vista es sencillo de entender, pero si reflexionamos un poco más a fondo surgen dos problemas complejos de difícil o imposible solución: el primero, quién es el pueblo y, el segundo, cómo ejercería el pueblo este gobierno.

El Presidente, por su discurso, cree que el gobierno democrático es real, que gobierna el pueblo y éste es el que debe decidir. Su

idea es la de una democracia participativa y directa, sin representación y sin instituciones.

Hoy en día en donde existen los estados nacionales con poblaciones de millones de personas, esta forma de gobierno presenta obstáculos insalvables.

Adicionalmente, la democracia y las instituciones que se han creado como democráticas no están diseñadas ni son capaces de resolver los múltiples problemas reales que se le presentan al gobernante. Lo cierto es que la democracia es un mito funcional para formar gobiernos con determinadas características, pero no se puede afirmar con seriedad que el pueblo gobierna, que detenta el poder y lo hace

en beneficio del mismo; que la representación política realmente funciona; que las elecciones son verdaderamente limpias y equitativas, y que los parlamentos o partidos tienen un verdadero vínculo con el pueblo. Las élites, los intereses y los partidos siempre se adueñan de las instituciones democráticas y las desvirtúan. Por otro lado, es imposible que el pueblo ejerza realmente el poder. El Presidente, por su discurso, cree que el gobierno democrático es real, que gobierna el pueblo y éste es el que debe decidir. Su idea es la de una democracia participativa y directa, sin representación y sin instituciones. Su idea es imposible de llevar a la práctica. Esta concepción es falsa, al final quien decide y gobierna es el Presidente y su partido. En este punto o se miente a sí mismo o con su discurso ideológico le miente al pueblo.

Otro concepto escurridizo que utiliza es el de pueblo; pero nos preguntamos quién es el pueblo. En principio son todos los habitantes de un estado nacional, en nuestro caso lo constituiría toda la población de mexicanos.

Al elegirlo primer mandatario se le otorga el poder para que lo utilice en beneficio de todos de acuerdo con el orden jurídico, pero obviamente no lo hace. Cuando piensa y habla del pueblo se refiere única y exclusivamente a una parte de los pobres, sus partidarios y quienes lo apoyan. En su idea de pueblo excluye a muchas personas; él califica subjetivamente quiénes pertenecen al mismo.

Si no se tiene claro qué es la democracia con todas sus limitaciones y falacias, cualquier gobernante manipulará este concepto en su beneficio.

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