Con el aumento de migrantes en los últimos años parece haber aumentado el rechazo ante su presencia que en la mayoría de los casos se limita a recorrer el país para llegar hasta la frontera con Estados Unidos. Migrantes de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Cuba, Haití y Venezuela que encuentran en México el tramo más peligroso de su travesía hacia el norte.
La criminalización y deshumanización de los migrantes que hemos visto en los medios sociales y las plataformas de comunicación instantánea se nutre en la mayoría de los casos de información manipulada o de información falsa. Son reacciones fundadas en el miedo que pintan el fenómeno migratorio como una realidad monolítica que se explica a partir de generalizaciones.
Son miles de historias agrupadas en eso que arbitrariamente llamamos olas o caravanas. En Honduras, por ejemplo, casi la mitad de la población vive en extrema pobreza con menos de un dólar al día y los efectos de la pandemia prometen empeorar esa situación. También hay migrantes que escapan de la violencia en lugares como El Salvador, donde se registran en promedio 11 homicidios diarios y uno de los países más peligrosos del mundo para ser mujer; según un reporte de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (Ormusa), el año pasado una mujer murió de forma violenta cada 18 horas.
En Guatemala, la emigración también ha dejado de ser una opción y se ha convertido en una estrategia de sobrevivencia ante el subdesarrollo y hasta el cambio climático que ha colapsado la agricultura en estos países, la principal actividad de la mayoría de los migrantes que salen de Centroamérica hacia el norte. Lo mismo ocurre en Nicaragua y Venezuela en donde además se registra una crisis política que agudiza todos estos indicadores. Cada vez más solicitantes de asilo intentan ingresar a Estados Unidos y cada vez más mujeres y niños, según datos de la Patrulla Fronteriza. Esto representa una transformación del perfil del migrante y cómo es que esta problemática debe ser atendida.
México tiene una rica tradición humanitaria. La reputación de ser un país que recibe a quienes huyen de la represión, la violencia y la persecución política o religiosa. La Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) se convirtió en un referente internacional, dibujando un digno contraste frente al maltrato y el abuso que sufren a manos de otras instancias gubernamentales los inmigrantes que transitan por México hacia Estados Unidos. Comunidades de refugiados libaneses, españoles, judíos y guatemaltecos, por mencionar algunos, han hecho suyo este país aportando a nuestra diversidad cultural y prosperando al paso del tiempo. Por eso sorprende y lastima la postura que el gobierno mexicano y que muchos compatriotas han tomado frente a la migración.
Los hechos violentos que se han presentado en los últimos años en el puente que conecta a México con Guatemala no representan la tradición humanitaria de nuestro país. Estas familias tienen derecho a presentar sus casos de asilo frente a las instancias correspondientes en Estados Unidos y México se equivoca al interferir en ese proceso al aceptar la presión y, aunque lo niegue el gobierno mexicano, el dinero de Washington para bloquear a los refugiados centroamericanos. México es la familia chiapaneca que pasó toda la noche preparando 300 tamales para los refugiados que dormían en las calles de Huixtla. Los voluntarios que ayudan al cuidado médico de bebés de hasta cuatro meses de nacidos.
El policía que jugaba con Carlitos Guillermo, de cinco años, para tranquilizarlo en medio del caos por el que fue separado brevemente de su madre. Los choferes que ofrecen un aventón a quienes llevan los pies llenos de ampollas. México siempre se ha explicado en sus contrastes y esta no es la excepción. Frente a la intolerancia y el abandono de principios disfrazado de pragmatismo está la diplomacia que mejor nos representa, la de quienes están dispuestos a compartir lo poco que tienen para ayudar a quien más lo necesita. En ellos se mantiene viva nuestra rica tradición humanitaria porque nosotros también somos en buena medida un país de inmigrantes.