En este confinamiento abrimos un paréntesis sin saber cómo ni cuándo vamos a cerrarlo. Seguimos en una pausa colectiva mientras la historia se acelera frente a nuestros ojos. El líder soviético Vladímir Lenin decía que hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas. Pocos temas ilustran esta idea mejor que la demanda de justicia y equidad para las poblaciones de color en Estados Unidos.
Se trata de una deuda histórica que ha impulsado al movimiento Black Lives Matter o Las Vidas Negras Importan desde el activismo en las calles de Tallahassee, Florida y Ferguson, Misuri hasta los pasillos del poder político en Washington D.C. Es como si finalmente entendiéramos que crímenes como el cometido contra George Floyd no son un problema exclusivo de la comunidad negra en Estados Unidos, sino un asalto a nuestro sentido más básico de humanidad.
En 2012, durante la primera entrevista que tuve con Barack Obama, el primer presidente afroamericano de Estados Unidos, le pregunté al mandatario sobre la muerte del joven negro Trayvon Martin ocurrida unas semanas antes. Obama aceptó que su victoria electoral no era suficiente para lograr el cambio que requería este país. Habló de una transformación que exige un cambio de actitudes más que de leyes.
Mover la aguja de la justicia en un tema como este es algo que no ocurre con frecuencia. Es mucho más común escuchar proclamaciones sobre puntos de quiebre que ver ejemplos de ruptura. Pero basta asomarse a las calles de las principales ciudades del país para ver que esto es algo diferente. Se ve y se escucha diferente porque la gente en las calles es diferente. Finalmente hay ejemplos de algo que se asemeja a justicia.
En este sentido, el veredicto en el juicio de Derek Chauvin, el policía acusado por la muerte de George Floyd, avanza la demanda de justicia y equidad racial en Estados Unidos promovida por el movimiento Black Lives Matter. Chauvin fue declarado culpable de los tres cargos en su contra, incluyendo el de homicidio en segundo grado, el más grave de las acusaciones. La decisión del jurado es una ventana de esperanza para un sistema en el que 60 por ciento de las personas encarceladas forman parte de las llamadas minorías raciales. Afroamericanos y latinos que representan apenas el 30 por ciento del total de la población.
Pero la exigencia de justicia va más allá del caso George Floyd y busca evitar que sigan ocurriendo episodios en los que el uso excesivo de fuerza policiaca termina con la vida de latinos y afroamericanos. Tan solo durante el juicio de Chauvin se registraron las muertes del joven de 20 años Daunte Wright en Minnesota y de Adam Toledo en Chicago, un menor mexicanoamericano de 13 años. Ambos murieron a manos de la policía mientras se encontraban desarmados.
Un análisis del diario The Washington Post a 4 mil 653 instancias en las que elementos de la policía utilizaron fuerza letal, revela que nativos americanos, negros y latinos son más propensos a morir a manos de la policía que el resto de la población. También muestra que la mayoría de los involucrados son personas que en promedio tienen 34 años de edad.
Las cifras exhiben una cultura de racismo sistémico en los cuerpos de policía y validan la demanda de reforma impulsada por Black Lives Matter y por otras organizaciones progresistas. Es claro que todas las vidas importan, más allá del color de nuestra piel, pero también es evidente que en nuestras sociedades, las llamadas minorías raciales históricamente han importado menos. Hasta que eso no cambie, es difícil imaginar un contexto en el que verdaderamente podamos decir que todas las vidas importan y que todas importan igual.