La desinformación alcanzó rápidamente todos los rincones de México y el resto de Latinoamérica y al igual que el virus, apareció sin que tuviéramos una cura para aliviar sus efectos. Por primera vez en la historia, la tecnología de la que dependemos para mantenernos conectados e informados amplifica también la difusión de falsedades y mentiras que limitan nuestra respuesta global al virus y compromete las medidas para controlar su propagación.
En febrero de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) empezó a utilizar el término “infodemia” para describir la cascada de rumores y desinformación generada sobre la Covid-19. Esta infodemia se ha convertido en un obstáculo para el organismo internacional y otras fuentes confiables de información que buscan ofrecer orientación relevante acerca de la emergencia sanitaria.
En un hecho casi profético, hacia 2016 el Diccionario Oxford eligió la posverdad como palabra del año. La definió como las circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a las creencias personales. La definición de Oxford es una forma de describir el contratiempo y la conmoción que han supuesto la proliferación de las teorías de la conspiración, la desinformación como modelo de negocio en las redes sociales y las prolongaciones sentimentales de la realidad. Una palabra para definir una era en la que mi versión de la realidad se impone a la propia realidad.
La sobreoferta de mala información, en línea o en otros formatos, incluye los intentos deliberados por difundir datos erróneos que buscan socavar la respuesta de salud pública o promover intereses políticos y comerciales. Esta información errónea y falsa perjudica directamente la salud física y mental de las personas, incrementa la estigmatización y promueve el incumplimiento de las medidas de salud pública, reduciendo su eficacia y poniendo en peligro la capacidad de los países de frenar la pandemia.
Es un hecho: la información incorrecta durante una emergencia sanitaria cuesta vidas y nuestro hemisferio ha sido un trágico ejemplo. Sin la confianza y la información adecuadas, las pruebas diagnósticas se quedan sin utilizar, las campañas de inmunización (o de promoción de vacunas eficaces) no cumplirán sus metas y el virus seguirá avanzando.
Mantenerse actualizado sobre la pandemia puede resultar abrumador. Algunos datos resultan contradictorios. Al tratarse de un virus nuevo, la ciencia se ha ido actualizando y con ella las recomendaciones de autoridades y médicos, generando confusión. Incluso las publicaciones especializadas han tenido que presentar contenido que en otras circunstancias pasaría primero por un proceso mucho más riguroso de verificación, depositando en el lector la responsabilidad de consumir esta información con prudencia. A esto se suma el falso protagonismo que han tenido las cifras reportadas sobre contagios y muertes. En el caso de México, los datos carecen de precisión ya que, según la fuente oficial, son apenas una aproximación a la realidad. Los boletines de la Secretaría de Salud se basan en el número de casos confirmados, es decir, en los resultados que arrojan las pruebas y como se ha reportado ampliamente, México sigue siendo uno de los países que menos pruebas realiza en América Latina y el resto del mundo.
Lo mismo ocurre con muchos de los gráficos generados para visualizar los datos. A veces el problema está en el diseño, otras veces la culpa la tiene su mala interpretación.
Es entendible que durante una emergencia surja la expectativa de contar con respuestas inmediatas y definitivas. De presionar a la comunidad científica para que opere a la velocidad de los medios sociales y las plataformas de mensajes instantáneos. La gente se queja de que sabemos muy poco del virus cuando en realidad sabemos un montón. En poco más de un año entendemos que la enfermedad es provocada por un virus, se han diseñado pruebas de diagnóstico sumamente precisas, millones de personas han sido vacunadas y se avanza en el desarrollo de tratamientos.
Mi recomendación es consumir con moderación y escuchar a los expertos. Menos políticos y más epidemiólogos. Menos influencers y más científicos. No es momento de poner nuestra salud física y mental en las manos de quienes lucran con la desinformación.