Con esas palabras, Javier Coello Trejo celebró sus 50 años como abogado a lado de su familia y amigos. Nadie se ha atrevido a desmentir su libro “El Fiscal de Hierro” porque, aunque mucho se diga de él, asegura que nunca ha mentido, robado o traicionado, por eso lleva la frente muy en alto.
Javier Coello conoce el significado de la justicia, sabe que cuando se mezcla la justicia con la política, se termina el Estado de Derecho. Su vida ha sido difícil, dura, pero nunca oscura.
“Por ahí alguien dijo que tengo una vida muy oscura, pero no es oscura, es tan clara que la plasmé en un libro y nadie, nadie me ha desmentido. ¿Por qué? Porque como abogado penalista, acuérdense jóvenes: a cada hecho, una prueba”, exclamó el abogado que se llevó una ovación.
Qué les cuento, en su festejo agradeció a su esposa, quien, literal, ha estado con él en todas sus aventuras como licenciado, pues Coello se recibió el 6 de octubre de 1972 y se casó 22 días después. ¡Quihúboles!
Estuvo sonriente, bromista, agradecido y muy reconocido.
“Y sí les prometo: ¡Primero muerto que indigno! Y, segundo, leal, porque solamente una vez en mi vida doy mi mano”, con esas palabras cerró su mensaje, palabras que, por cierto, le enseñó su padre.
El Fiscal de Hierro tiene una memoria privilegiada, recuerda a la perfección fechas, personajes, eventos, casos… Por eso, en una entrevista que le hice y que publiqué en El Financiero le pregunté cuál de sus altercados fue el que más disfrutó.
Hubo dos momentos que le encantaron: Uno, cuando cacheteó al obispo Samuel Ruiz. Y dos, cuando le mentó la madre a Carpizo en Los Pinos.
“Me levanté a saludarlo y al mismo tiempo se acercó Carpizo y, con toda la mala leche, Córdoba Montoya dijo:
-Doctor Carpizo, ¿conoce usted al licenciado Javier Coello Trejo?
Por cortesía y porque no me quedaba de otra, le extendí la mano.
-Yo no saludo a asesinos, respondió, dejándome con la mano extendida.
-No soy asesino, doctor, pero me puedo volver. Vaya usted y chingue su madre, le respondí.
Pero qué tal cuando le asaltaron a un sobrino y me pidió que los matara, y le dije: ¿qué hacemos con sus derechos humanos? –solito se atacó de risa-”, recordó.
En sus memorias dice que Jesús Piedra Ibarra fue quien mató impunemente a don Eugenio Garza Sada en septiembre de 1973… El presidente Echeverría negoció con ellos, y cuando lo llevaban para ser intercambiado, Piedra Ibarra sacó la pistola y le dijo: “Pinche rico, hijo de tu chingada madre”, entonces le disparó y lo mató.
“Por qué estoy enterado de esto… porque López Portillo le ordenó al procurador, don Óscar Flores Sánchez, una minuciosa investigación de los supuestos desaparecidos, en la que participé”, dijo Javier Coello.
Uno de los momentos más duros por el que pasó es, quizá, uno de los momentos más aleccionadores y aquí se los dejo:
“El de La Quina, el de Salinas de Gortari. Hubo dos momentos en mi vida durísimos para mí. Uno, el asunto de La Quina. ¿Por qué? Y así lo narro: me matan a mi agente del MP Zamora. Fue un éxito el operativo, pero ¿qué pasa si yo hubiera fracasado? Me suicido. Yo no podía llegar y decirle al Presidente: “Señor, fallé”. ¿Por qué? Porque no doy un paso si no es sólido. No voy a una investigación si no tengo las pruebas. Por eso critico el sistema: Hay que investigar para detener, ¡no detener para investigar!”.
Javier Coello Trejo es, además de leal, valiente. Y lo demostró cuando denunció al doctor muerte, ah no, perdón, al subsecretario Hugo López-Gatell. Lo denunció por haber sido negligente, omiso y no cumplir con su obligación como funcionario. ¿Quiénes motivaron la demanda? Un abogado y una secretaria de su despacho que pasaron por un infierno durante la pandemia por Covid-19 y perdieron a sus seres queridos. Sin duda, también es un jefazo.
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