El contagio del presidente Andrés Manuel López Obrador de Covid debe tener consecuencias inmediatas. La primera debe ser la renuncia del zar anticoronavirus, Hugo López-Gatell por su irresponsabilidad, por el fracaso de su supuesta estrategia; la de su equipo, y la de su hipotético jefe, Jorge Alcocer Varela.
Otra acción urgente debe ser que, de ahora en adelante, todos los funcionarios de la 4T deben usar cubrebocas, y no evitarlo, exponiendo sus vidas y las de los demás, simplemente por darle gusto o evitar contrariar a su jefe supremo.
Y, la más importante, y ojalá no suceda nada con la salud del presidente, es que cuando regrese a sus actividades cotidianas, use el necesario cubrebocas.
De la misma forma evite salir de gira o tener amplias reuniones de gabinete, como suele hacerlo aún en momentos de pandemia. Y comento con toda intención que ojalá no pase nada con la salud del mandatario porque no existe ninguna garantía, sino todo lo contrario, el que esté al frente del equipo que lo vigila, Alcocer Varela. Basta recordar que él atendió a la esposa del presidente, Rocío Beltrán y a su mamá doña Manuela Obrador, y se le murieron.
De ahí la incertidumbre de que su atención médica esté en manos de un cuestionado científico y no por un verdadero médico.
Hay excelentes especialistas, de gran respetabilidad nacional e internacional, en el ámbito castrense y civil (en los institutos de Enfermedades Respiratorias, de Nutrición, del ISSSTE, del IMSS o de la misma Secretaría de Salud), como para ponerse en manos de un personaje que ha mostrado su total incapacidad e irresponsabilidad en el manejo de la pandemia.
Y no por otra cosa, sino porque al margen de los afectos que le pueda dispensar el presidente, su salud es un asunto de seguridad nacional.
Quizás, a raíz de los actuales acontecimientos, y para evitar la toma de decisiones unipersonales que pongan en riesgo la estabilidad del país, habría que analizar la posibilidad de una enmienda constitucional, que implique que la atención de un presidente de la República frente a una enfermedad de riesgo, sea responsabilidad del cuerpo militar, de una institución pública de Salud (no persona) o de una participación tripartita: Militar, Institución Pública y el sector médico privado.
Son planteamientos de este columnista, a la luz de los actuales acontecimientos, y que refuerzan la idea de que la atención del presidente no se dé, a partir de corazonadas.
De ahí la necesidad de que López Obrador debería estar bien atendido, en buenas manos y mentes óptimas, para evitar una complicación.
No olvidemos, y no es un augurio ni mucho menos, que en Palacio Nacional ya nos falleció por males respiratorios (angina de pecho) un presidente de la República, Benito Juárez García, con consecuencias traumáticas para el país.
De este modo, el contagio del mandatario sí debe caer “como anillo al dedo” para pedir las renuncias de López-Gatell y de Alcocer Varela, ya que ellos no han mostrado, ni mostrarán, el más mínimo decoro para hacerlo.
Si bien es cierto que una gran parte de responsabilidad de haber dado positivo a Covid, la tiene el propio mandatario, por no acatar disposiciones sanitarias internacionales, como las de la propia Organización Mundial de la Salud, por ejemplo, también lo es que la mayor parte de responsabilidad es de este dúo por su estrategia fallida en el manejo de la pandemia.
Su necedad y terquedad ante la elocuencia de un fracaso brutal o su exagerada pusilanimidad que no les permite contradecir a la figura presidencial por el temor a la reacción de éste, ha llevado al país a una mortandad que ya rebasa de forma exponencial el iluso escenario catastrófico planteado por López-Gatell de los 60 mil muertos, para superar ahora las 150 mil defunciones.
Esto es imperdonable porque si no dicen nada a las conciencias de este par, los reclamos de muchos mexicanos que hemos perdido familiares y amigos, y desafortunadamente los seguiremos perdiendo, sí habrá quien los lleve a los tribunales a rendir cuentas, a menos que se les dote de fuero con una curul en la Cámara de Diputados o un escaño en el Senado de la República para ganar tiempo y obtener la prescribilidad de sus actos.
Sin embargo, en el ánimo social quedarán cada una de las muertes que pudieron haberse evitado, y sobrarán los reclamos genuinos, fundados, al margen de los políticos, hacia sus personas donde quiera que éstos vayan, de parte de los miles de ciudadanos que han perdido a un ser querido en esta histórica y letal pandemia.
En Cortito: En un auténtico berenjenal se ha convertido la elección de candidatos de Morena, en Coyoacán. El año pasado debió haber quedado definido el proceso de elección, y ya está por concluir el primer mes de 2021 y siguen entrampados.
Lo único definido es que por el reparto de cuotas por género vaya un hombre, y en este despuntan para ser nominados Carlos Castillo, del grupo de René Bejarano, y Raúl Aviléz Allende, del de Mario Delgado, quien es buscado también por la oposición para un cargo de elección popular ante la indefinición de Morena.
No obstante, entre los aspirantes está latente el temor de que el dedazo sea el que impere y no el método de las encuestas, que todos habían aceptado.
Bien haría Bertha Luján, responsable de Morena, de llevar la elección en esa demarcación, en hablar con los aspirantes a alcaldes y diputados para que tenga claro el pulso de la militancia y su temor de que se elija, al añejo estilo del PRI, por dedazo.
Esa misma indefinición ha llevado a triquiñuelas y jugarretas entre los grupos de Morena; un ejemplo de ellos es que personeros del exalcalde Mauricio Toledo chamaquearon al alcalde Manuel Negrete, a quien hicieron creer que ya tenía amarrada una candidatura para una diputación, producto de una negociación con Bertha Luján y la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum.
Derivado de eso vino la petición de desafuero de Mauricio Toledo, y por supuesto, Manuel Negrete, se quedó como su chilena mundialista: en el aire.
Por todo ello es importante que Morena defina ya, de lo contrario algunos de sus mejores elementos pueden buscar otros horizontes.