César Yáñez Centeno Cabrera resucitó, no al tercer día, pero sí al tercer tercio del mandato del presidente Andrés Manuel López Obrador.
César Yáñez nunca estuvo ausente, porque desde su trinchera, como coordinador general de Política y Gobierno de la Cuarta Transformación, tendió puentes con diferentes actores políticos, empresariales y sociales para que su jefe se desplazara sobre un terreno ya pavimentado.
Y sale a la palestra en un momento crucial, como subsecretario de Gobernación, nada menos que en los tiempos en que se decidirá el futuro de la Cuarta Transformación.
“Los tiempos del señor son perfectos”, diría recientemente, con toda una intencionalidad, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, casi parafraseando la cita bíblica “los tiempos de Dios son perfectos”, que alude a la soberanía de Dios sobre todos sus hijos terrenales.
El resurgimiento de César Yáñez va de la mano de la no muy lejana designación del candidato de Morena a la Presidencia de la República. De ahí el significado de la resurrección de quien ha sido, por décadas, el hombre más cercano, el más leal y fiel escudero de Andrés Manuel López Obrador.
Como lo dijimos en su momento, César Yáñez era todo para el tres veces candidato presidencial: su doctor, enfermero, psiquiatra, psicólogo, su confidente, su consejero, su publirrelacionista, y además, su jefe de prensa.
Vivía más César Yáñez con él, que el tabasqueño con
las dos
mujeres de su vida: Rocío Beltrán Medina y Beatriz Gutiérrez Müller.
Eran Sancho Panza y el Quijote. A ambos, el movimiento de izquierda les debe lo que hoy son varios de sus integrantes, sin demeritar la lucha de éstos, pero que no lograron el empuje que detonó esta dupla, casi inseparable.
El nombramiento, aunque inexplicablemente tardío de Yáñez Centeno, por las razones arriba expuestas, es una señal, de las muchas que habrá en adelante, de quien es hoy en día el presidente más poderoso de los últimos tiempos.
Ante la disyuntiva del presidente de la República de optar por su hija política, Claudia Sheinbaum, o su hermano, Adán Augusto López Hernández, es clara la señal al enviar a este último a su único hijo político, el portavoz de todos sus blasones ganados.
No es menor la distinción del presidente para con su paisano, Augusto López, con quien César Yáñez, por cierto, mantiene una excelente relación de amistad.
Nada menos que César Yáñez ha llevado sobre sus espaldas el peso
de las tres
campañas presidenciales, además de la de la entonces jefatura de Gobierno del ex Distrito Federal, de la que fue el coordinador general de Comunicación Social, vocero y coordinador de las conferencias mañaneras, antecesoras de las actuales conferencias presidenciales.
César Yáñez, es el relevo de lujo de Adán Augusto, es un activo “todo terreno ", está hecho para moverse en todas las circunstancias que pueda enfrentar todo candidato, particularmente las adversas.
Moverse con discreción, con eficacia, eficiencia, honestidad, y en medio de la austeridad, ha sido el sello distintivo del colimense e hijo adoptivo de la Ciudad de México desde sus tiempos como estudiante de la carrera de Ciencias de la Comunicación, de la UNAM.
Entre su trayectoria también destaca la de haber sido, junto con otro universitario, Armando Machorro, responsable de prensa de la controvertida y controversial, campaña presidencial del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas de 1988, aquella que para muchos estuvo marcada por el fraude que llevó a la presidencia a Carlos Salinas de Gortari.
Ello sin tomar en cuenta su paso por la secretaría de Prensa y Propaganda del PRD, hoy reducido a cenizas.
Por todo ello César Yáñez es el principal activo político del secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, y una mala señal para la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum y del canciller, Marcelo Ebrard.
En Cortito:
Muy difícil se visualiza el segundo semestre del año para Cuauhtémoc Blanco al frente del gobierno de Morelos que arrancó con 15 homicidios en un fin de semana y la reciente publicación del ranking de gobernadores de la filial mexicana de Campaings & Elections (C&E), que ubica al otrora delantero americanista en el tercer lugar, pero de atrás para adelante.
Si a esto le añadimos el rosario de eventos que quienes habitan la ciudad de la eterna primavera y municipios aledaños han padecido en un ya por demás infame 2022, que tuvo en mayo el mes más violento del que se tenga registro, podemos declarar al estado en una situación equiparable a una zona de guerra que bien amerita una acción similar al Plan Michoacán en 2014, pero aprendiendo de los errores de esta medida durante el anterior sexenio.
Encima, el “Índice de Paz México 2022. Identificación de los factores que impulsan la paz” del Instituto para la Economía y la Paz (IEP) reveló que Morelos es uno de los cinco estados ¬–junto a Sonora, Zacatecas, Nuevo León y Michoacán– que registraron mayores deterioros en los cinco indicadores que conforman este estudio: homicidio, delitos con violencia, delitos cometidos con armas de fuego, crímenes de la delincuencia organizada y cárcel sin sentencia.
Blanco, en contraste a estos indicadores y señalamientos, se ha mostrado incrédulo al minimizar los crecientes problemas de inseguridad conforme avanza el año, indolente al aparecer en fotos con famosos narcotraficantes o en suntuosas fiestas mientras puntos de reunión están asolados por criminales y, sobre todo, incapaz de resolver todos estos problemas al deslindarse e inculpar otras instancias.
Aunque, si bien es cierto, no todos los fenómenos de la delincuencia morelense están en su ámbito de (in)competencia lo cierto es que los morelenses se sienten abandonados y comienzan a darle la espalda como lo muestra la caída de su popularidad, su último y único recurso que le daba cierta legitimidad ante la población.