La antigüedad del mundo como lo conocemos puede ser muy variable. Si nos referimos al planeta como objeto celeste, tiene alrededor de cuatro mil 500 millones de años; si tomamos la Biblia al pie de la letra, empezó el domingo 23 de octubre del 4004 antes de Cristo, según publicó el arzobispo James Ussher en 1650.
Por otra parte, si queremos saber cuándo empezó este mundo en el que podemos calcular no sólo la edad real de la Tierra y hasta del Universo (13 mil 700 millones de años), y en que el telescopio espacial James Webb acaba de encontrar unas galaxias que se crearon apenas 700 millones de años después del Big Bang; entonces nos tenemos que remontar al 24 de mayo de 1543, que normalmente se reconoce como el inicio de la llamada revolución científica.
En cambio, si queremos saber cuándo empezó a existir el mundo en que podemos conocer nuestros genes letra por letra, donde en menos de un año se desarrollaron vacunas contra un virus previamente desconocido, y en el que, literalmente aunque con algunas imprecisiones, ya se han construido máquinas que leen el pensamiento y otras que pasan exámenes de medicina; entonces hay que remontarnos al 26 de mayo de 1543, apenas dos días después.
En esa fecha se publicó De humani corporis fabrica libri septem (Sobre el funcionamiento del cuerpo humano en siete libros) de Andreas Vesalio, pionero de la anatomía y la primera persona, de la que se tiene registro, en preguntarse de una manera científica en qué parte del cerebro reside y cómo funciona la mente o “espíritu humano”.
Ya basta de Copérnico
Usualmente se toma como punto de partida de la revolución científica a la publicación, el 24 de mayo de 1543, del libro De Revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de los orbes celestes), del sacerdote polaco Nicolás Copérnico en Nuremberg , ya que fue el punto de partida desde el que se desarrolló de la primera ciencia que se estableció con firmeza, la astronomía.
La fecha tiene el “encanto” casi legendario de coincidir con el último día de vida del propio Copérnico, quien dilató todo lo que pudo la publicación de su obra por temor a las posibles represalias de la Iglesia católica dado, el contenido herético de proponer que la Tierra giraba en torno al Sol y o viceversa, pero que alcanzó a ver el libro en su lecho de muerte.
Sin embargo, lo cierto es que Sobre las revoluciones no tuvo en ese momento, probablemente por aburrido, éxito alguno y su importancia y trascendencia sólo se empezarían a hacer notar más de medio siglo después, en el juicio de Galileo Galilei.
Un pleito de siglos
El cirujano Andreas Vesalio apenas tenía 23 años cuando empezó un encarnizado pleito con Galeno, a pesar de que este último había muerto hacía más de mil 300 años. Residía entonces en la ciudad de Padua, a la que se había mudado para asistir a la facultad de medicina de Venecia (mejor dicho, del estado veneciano), porque era uno de los pocos lugares de Europa donde las disecciones de cuerpos humanos eran relativamente frecuentes, en el resto del continente estaban prohibidas desde el año 300 antes de Cristo.
Galeno había trabajado en la segunda mitad del siglo II d.C. y por lo tanto sus deducciones sobre la anatomía y la biología humana se basaban en el estudio de animales y, sobre todo, lo que podía averiguar examinando las heridas de los gladiadores.
El problema de Vesalio era que, en pleno siglo XVI, la gran e incuestionable autoridad en materia de anatomía seguía siendo Galeno, aunque había anatomistas que para ese entonces ya habían descubierto muchas más cosas.
Cuando en 1537 Vesalio ocupó la cátedra de anatomía y empezó a darse cuenta de la multitud de errores e imprecisiones que había cometido Galeno lo hizo notar en sus clases, en las que sólo daba por hecho aquello que había podido comprobar por sí mismo. Sus clases se volvieron tan populares que, según testimonios de la época, llegó a tener hasta 500 estudiantes en algunas sesiones.
Fueron los propios estudiantes quienes le pidieron ilustraciones de lo que estaba diciendo y así, a los 24 años, empezó a escribir Sobre el funcionamiento del cuerpo humano , donde corrigió más de 200 errores cometidos por Galeno.
“Su misión de aprender a través de la observación directa y sistemática marcó el inicio de una nueva forma de hacer ciencia”, dice Alison Abbot en una reseña en la revista Nature sobre el libro Brain Renaissance, de los neurocientíficos Marco Catani y Stefano Sandrone.
En la traducción de Catani y Sandrone del último volumen de Sobre el funcionamiento, que se centra en el cerebro, destaca el vocabulario anatómico de Vesalio. Por ejemplo, a las protuberancias corticales cerca del tronco encefálico, que ahora se llaman colículos o “pequeñas colinas” donde se procesan el sonido y la visión, las llamó “nalgas” y “testículos”.
También destaca el “sarcasmo desenfrenado” con que Vesalio atacaba a Galeno y a sus seguidores del siglo XVI; sin embargo, “también vemos a un hombre que no está del todo preparado para poner en palabras claras las consecuencias teológicas de algunos de sus descubrimientos”.
Sobre todo, “su fracaso en encontrar una explicación anatómica para el ‘espíritu humano’ en el cerebro”, que no es sino otra forma de llamar a la mente o al alma.
Las imágenes, más que comunicación
Las primeras imágenes con perspectiva tridimensional de los sistemas de órganos humanos las hizo Leonardo Da Vinci, quien realizó más de 30 disecciones y murió poco después de que Vesalio cumpliera cinco años, pero fueron las ilustraciones en De humani corporis fabrica “las que abrieron el camino”, señalan Scatliff y Johnston en un artículo en el American Journal of Neuroradiology.
En Sobre el funcionamiento hay 25 figuras grabadas en madera de cerebros, cráneos, membranas y vasos sanguíneos y aunque la identidad del artista que hizo las ilustraciones es incierta, seguramente fue algún o algunos miembros del taller de Tiziano, quien vivió y trabajó en Venecia.
Por razones que aún no están claras, “en los dos primeros volúmenes, esqueletos y figuras desolladas posan en paisajes románticos llenos de iconografía clásica”, señala Abbott. “Las figuras en los otros volúmenes son menos ornamentadas, pero claras y finas”.
El siguiente problema era la publicación de las obras, pues aunque Venecia era en ese momento un centro importante para la publicación internacional de libros, Vesalio decidió hacer la impresión en Basilea, Suiza. “Lo más probable es que los (más de 200) bloques grabados en madera terminados fueran enviados de Venecia a Milán y luego, a través de los Alpes, a Basilea en agosto de 1542”.
Tanto esfuerzo pudo deberse a que el impresor veneciano al que podría haber recurrido ya estaba produciendo un libro anatómico basado en Galeno. Además, Basilea formaba parte de la Europa que había adoptado la reforma religiosa, y al estar “al otro lado de los Alpes, estaba más lejos de Roma y de las posibles prohibiciones de la Iglesia”.
Se sabe que en el tiempo que se quedó en Basilea para supervisar la impresión, Vesalio se dedicó a hervir el cuerpo de un asesino ejecutado para limpiar sus huesos. “El esqueleto reensamblado todavía se exhibe en la universidad de la ciudad”, dice Abbott.
Para Vesalio, las imágenes y su correcta impresión eran más que un adorno e, incluso, se puede decir que tenían una importancia más allá de la didáctica, ya que él fue el pionero de una forma de pensar fundamental para las ciencias biológicas: que la función está implícita en la forma y viceversa.
Esta idea ha estado vigente desde el siglo XVI hasta la fecha y ha sido fundamental para todas las ramas de la biología, desde la parasitología hasta la biología molecular; está detrás del descubrimiento de la doble hélice del ADN, cuya forma revela cómo se duplica la información genética, y de la afinidad de los anticuerpos por la proteína espiga del coronavirus y de las moléculas de fentanilo por el receptor natural de opioides.
Tanto Vesalio como su antiguo rival, Galeno, creyeron que el funcionamiento del cerebro podía explicarse en términos de hidráulica, la tecnología que mantuvo en funcionamiento las vías fluviales y los sistemas de plomería de las ciudades en que vivieron.
“Ambos vieron el cerebro en estos términos”, cuenta Abbott, al punto que creyeron que las unidades funcionales del cerebro, y por tanto de la mente, eran los ventrículos que contienen líquido y no, como sabemos ahora, las llamadas materia gris y blanca.
“Galeno sostenía que la fuerza vivificante del pneuma physicon, o ‘espíritu animal’, fluía a través de los ventrículos y luego a través de los nervios huecos para nutrir todas las partes del cuerpo. Vesalius descartó esto por motivos anatómicos: demostró que no hay una salida física a través del cráneo. Pero en cambio buscaba rutas de flujo que, por ejemplo, canalizaran la ‘flema cerebral’ hacia las fosas nasales”.
Poco después de la publicación de Fabrica y de la más breve y accesible Epítome, Vesalio, a la edad de 28 años, dejó la Universidad de Padua para convertirse en el médico personal del emperador Carlos V. Murió a los 49 años en 1564, el año en que nació Galileo.
Epílogo de la pregunta de doña Isabel
Exactamente un siglo después de la publicación de Sobre el funcionamiento, en mayo de 1643, la aristócrata Isabel de Bohemia, princesa del Palatinado, escribió una carta al filósofo René Descartes preguntándole cómo es que el alma controla a los espíritus animales para llevar a cabo actos voluntarios.
Ni Vesalio, ni Descartes ni nadie hasta la fecha ha sido capaz de contestar esa pregunta; aunque ahora, con las redes neuronales artificiales quizá lleguemos a hacerlo.
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