En los últimos años, hemos sido testigos de un fenómeno político global que ha llevado a la ascensión de figuras polarizantes como Donald Trump en los Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Viktor Orbán en Hungría, Rodrigo Duterte en Filipinas y ahora Javier Milei en Argentina. La narrativa predominante ha etiquetado estos movimientos como formas de un populismo a ultranza que, según algunos, conducen a la división en la sociedad y a la radicalización de sus adeptos. Incluso existen trabajos académicos serios, como “Extremismo político en una perspectiva global” de Francesco Rigoli, donde se analiza el extremismo político a nivel mundial utilizando datos de la Encuesta Mundial de Valores. Este estudio explora las manifestaciones actuales y la evolución reciente del extremismo político, destacando un aumento global de este en la última década, con mayor incidencia en los países menos desarrollados. Además, discute la influencia del desarrollo en el extremismo y especula sobre los posibles mecanismos subyacentes, abordando también la relación entre el estrés económico y la volatilidad geopolítica con el incremento del extremismo.
De igual manera, han surgido estudios desde una perspectiva psicoanalítica en los cuales se investiga la noción del fanatismo en relación con la pertenencia de ciertos individuos a grupos cerrados. Estos grupos, al justificar la violencia como una expresión ideológica, pueden no solo conducir a la internalización de creencias extremistas, sino también a la externalización de actitudes incivilizadas. Se argumenta que las personas vulnerables, con frustraciones acumuladas y características psicológicas específicas, son hipotéticamente las más propensas al fanatismo.
Este fenómeno revela una complejidad en la interacción entre la psicología individual y la dinámica grupal, donde el fanatismo se manifiesta tanto como una cuestión interna, como una expresión externa de comportamientos desviados.
Este reciente enfoque sobre el concepto de extremismo político conduce a visualizar esta actitud como una degradación, empleada para designar a enemigos políticos existenciales.
Las etiquetas políticas suelen estar acompañadas de todo tipo de ansiedades ideológicas y contribuyen a fomentar la identificación, delineando los parámetros de la civilidad y el extremismo.
En una política que privilegia el compromiso y la simpatía, estos parámetros pueden y deben ser esenciales. Sin embargo, lo que resulta muchas veces es una noción del extremismo político como un vacío ideacional, siempre una identificación aplicada para degradar al otro.
Al privilegiar la incivilidad, el fanatismo y el extremismo como daños políticos, se malinterpreta a los seguidores de estas corrientes (sean de izquierda o de derecha) como enemigos políticos preexistentes, ignorando su potencial político positivo. Más provechoso es explorar una noción subyacente que los impulsa: la política de la ruptura.
Este concepto, arraigado en el pensamiento filosófico, proporciona una lente para entender las tendencias actuales y reflexionar sobre su impacto en la democracia y la sociedad en su conjunto. La política de la ruptura no es un fenómeno nuevo; tiene sus raíces en el pensamiento de Platón, que ha influido en la construcción de movimientos políticos a lo largo de la historia.
Filósofos como Hegel y Marx exploraron la idea de que la sociedad existente, aunque racional en su realidad, necesita ser trascendida a través de actos revolucionarios.
El quiebre rupturista representa el momento en que pueden surgir nuevos valores. Es dentro de esta lógica de la ruptura que todos los sujetos se vuelven irreductiblemente singulares y libres, y surgen principios de igualdad, equidad y humanidad. La ruptura marca pues la creación de valor a partir de la nada, y el paradigma para esta creación es la emergencia de la significación misma.
Al examinar a los líderes políticos contemporáneos a través del prisma de la política de la ruptura, se evidencia que muchos de ellos se presentan como agentes de un cambio radical. Trump, con su lema Make America Great Again, prometía romper de manera radical con el establishment político existente y regresar a un origen romantizado y esencialista del American Dream.
Por otro lado, Milei se autodenomina como un “libertario radical” que planea derribar la “casta política” argentina. Incluso ha llegado a utilizar simbólicamente una motosierra durante sus actos de campaña como representación de su compromiso de romper con todo.
Estos líderes encarnan la idea de que un quiebre con el statu quo es esencial para lograr cambios significativos.
En México, tenemos nuestra propia versión autóctona de esta política de la ruptura, encabezada por el presidente López Obrador, quien ha abogado por una “cuarta transformación”. En este proceso, se ha buscado derribar buena parte de las estructuras ya desgastadas del régimen neoliberal.
Los cambios implementados en sectores clave como salud, seguridad, comunicación y educación, así como en sus respectivas instituciones, no son caprichos, sino que surgen de una lógica de rompimiento total. Aunque la oposición pueda desestimar los esfuerzos de la administración actual, es crucial comprender la 4T como la manifestación más reciente de esta política de ruptura, reconociendo sus antecedentes en tres instancias previas de quiebre en la historia política de nuestro país.
Ahora bien, aunque la política de la ruptura puede infundir esperanza en algunos, también conlleva riesgos significativos que deben ser considerados.
A medida que esta tendencia política se manifiesta en diversas partes del mundo, surge la pregunta crucial sobre cómo impacta en la salud de las democracias. La confrontación constante, la desconfianza institucional y la negativa a compromisos pueden socavar los fundamentos democráticos.
Es imperativo, por lo tanto, considerar cómo equilibrar la necesidad de cambios significativos con la estabilidad y la cooperación esenciales en cualquier sistema democrático. Al reflexionar sobre estas tendencias, es necesario contemplar cómo podemos abrazar la transformación sin comprometer los valores fundamentales de la democracia y la convivencia pacífica. La filosofía, con su capacidad intrínseca para brindar un marco reflexivo, puede servirnos como guía para comprender mejor las complejidades de la política de la ruptura y entender a fondo las implicaciones que tiene para el porvenir de nuestras sociedades.
TE PUEDE INTERESAR: