En un mundo marcado por luchas y tensiones, la neutralidad solía ser un refugio apreciado. Sin embargo, en el contexto actual de conflictos asimétricos y confrontaciones imprecisas, esta neutralidad parece haberse vuelto insostenible. Como sabemos, el término “neutral” a menudo se asocia con la abstención de tomar partido en un conflicto. Pero en este panorama en constante evolución, donde los actores no estables y la guerra irregular son prevalentes, la pregunta de si la neutralidad implica respaldar a un grupo o gobierno en particular está bajo escrutinio.
Históricamente, la neutralidad ha sido definida como la abstención de un Estado de participar en un conflicto armado entre naciones, manteniendo una postura de imparcialidad hacia los contrincantes. Aunque el término como tal no se utilizó en su sentido político hasta la Edad Media tardía, las situaciones de neutralidad que consisten en compromisos entre beligerantes y no beligerantes ciertamente existían antes de ese periodo. Por su parte, la base legal para esta noción se consolidó siglos después en la Conferencia de La Haya en 1907 con la participación de aproximadamente 40 países de Europa, América y Asia.
Entre otras cosas, se acordó la constitución de un verdadero marco jurídico internacional para los derechos y deberes de los neutrales que perduró durante las dos grandes guerras del siglo pasado. Sin embargo, en el contexto actual, caracterizado por límites difusos y actores no estatales, la antigua definición de neutralidad parece haber perdido su claridad y pertinencia.
La invasión de Rusia en Ucrania, por ejemplo, ha derivado en un debate en relación con el concepto de neutralidad en varios países europeos que practicaban la neutralidad permanente.
Estos países, como Austria, Irlanda, Finlandia y Suecia, han tenido que reconsiderar su enfoque tradicional sobre la neutralidad. Un ejemplo paradigmático es el caso de Suiza, dado que este país ha sido neutral desde 1815, pero en un esfuerzo por adaptarse a la situación actual, ha adoptado una “neutralidad cooperativa,” un término que implica una neutralidad que refuerza la cooperación con Estados afines y permite la imposición de sanciones económicas contra los beligerantes.
Esta adaptación a la situación geopolítica actual demuestra cómo la neutralidad clásica ya no es aplicable o incluso parece verosímil.
Por su parte, el conflicto entre Israel y Hamás en Oriente Medio es igualmente revelador, ya que nos enfrentamos a un dilema en el ámbito internacional. De un lado, tenemos a Israel, un Estado plenamente reconocido en el sistema de naciones, respaldado por una serie de acuerdos y alianzas internacionales. Por otro lado, una organización que ha sido etiquetada como terrorista por varios países y organizaciones, incluyendo los Estados Unidos, Canadá, Japón,
Australia, Paraguay, Egipto, la Unión Europea y el propio estado de Israel. Esta disparidad en la legitimidad y el reconocimiento internacional crea un abismo en la percepción de ambas partes en el conflicto.
Este dilema se complica aún más a nivel internacional debido a la profunda división en cuanto a simpatías y apoyos.
Aunque algunos países respaldan a Israel, muchos otros expresan su apoyo a la causa palestina, en ocasiones manifestando su solidaridad con Hamás.
Las lamentables reacciones de ciertos miembros del gabinete israelí, como el ministro de Defensa Yoav Gallant, quien defendió el uso desproporcionado de la fuerza y un asedio total a Gaza, calificando a sus habitantes en términos deshumanizantes, han suscitado una reacción adversa en numerosas naciones, incluyendo a España, Chile, Irán y Argelia. Incluso países que no han condenado explícitamente a Israel, como Rusia, China, Jordania, Egipto y Brasil, han pedido un cese al fuego basado en consideraciones humanitarias.
La comunidad internacional se encuentra pues ante un delicado equilibrio, tratando de abordar esta situación altamente volátil.
En este escenario el no tomar partido puede interpretarse como querer ignorar la difícil situación de los civiles en la región, quienes a menudo sufren las consecuencias de décadas de hostilidades. Algunos sostienen que la falta de acción, o incluso la apariencia de no tomar partido, equivale a permitir una perpetuación del conflicto y el sufrimiento humano.
Esto plantea preguntas profundas sobre el papel de los actores internacionales en la resolución de conflictos y sobre cómo la comunidad global puede abordar una situación tan compleja y cargada de emociones. En esta encrucijada, la neutralidad se torna no solo insostenible, sino incluso insoportable. En el contexto mexicano, nos enfrentamos por nuestra parte al dilema de mantener nuestra tradicional política de neutralidad o participar activamente en relación con cuestiones globales.
Las crisis mencionadas plantean preguntas sobre la posición de México en tanto a las sanciones internacionales y su relación con Rusia. Por otro lado, el conflicto entre Israel y Hamás ha generado debates sobre el papel de México en el ámbito de los derechos humanos y la diplomacia en el Medio Oriente. Mientras que la embajadora de Ucrania criticó en su momento que se invitara a elementos del ejército ruso al desfile del Día de la Independencia, la de Israel exigió que México se posicionara en contra de los atentados y secuestros perpetuados por el grupo islamista islámico.
En ambos casos, el gobierno mexicano se ha pronunciado a favor de una solución pacífica por parte de los dos Estados, subrayando nuestra política de neutralidad en conflictos internacionales. Sin embargo, la influencia internacional y las expectativas de la comunidad global no han cesado y difícilmente lo harán en los próximos meses.
Si bien pese a estas presiones, el presidente López Obrador se ha apegado fielmente a nuestra postura de no intervención, queda por ver si esta política podrá mantenerse intacta en la próxima administración.
En conclusión, la diversidad de perspectivas convierte este escenario en un terreno minado para aquellos que buscan mantenerse imparciales en medio de las tormentas geopolíticas que nos asaltan. En este contexto, es esencial reconocer que la neutralidad no debe considerarse un fin en sí misma, sino más bien un medio para promover la paz y la justicia. En lugar de concebirla como una posición estática, podemos abrazarla como un compromiso activo con la resolución de conflictos y la promoción de valores humanitarios.
Es un llamado a la acción, no una excusa para la inacción. En última instancia, la neutralidad no puede ser ya una carga insoportable, sino un faro de esperanza en medio de los cambiantes vientos de la política internacional.
Juan de Dios Vázquez es doctor por la Universidad de Harvard y ganador del premio nacional del Comité Mexicano de Ciencias Históricas.
Se ha desempeñado como Ministro en la Embajada de México en los Estados Unidos, representante de México ante la Organización Mundial de Aduanas y Jefe de Oficina de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.