La guerra tibia

1 de Enero de 2025

Juan de Dios Vázquez
Juan de Dios Vázquez

La guerra tibia

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Tras los recientes acontecimientos, marcados por la brutal guerra entre Ucrania y Rusia, el recrudecimiento del conflicto en Oriente Medio, y el notorio auge de movimientos políticos extremistas en todo el mundo, varios comentaristas políticos han señalado lo que parece ser el resurgimiento de una “nueva Guerra Fría”. A pesar de las diferencias claras en cuanto a contexto y actores con respecto a la Guerra Fría original, estos observadores destacan que estamos entrando en un mundo polarizado, donde el abismo de un conflicto nuclear inminente se abre ante nosotros. Estos sucesos nos llevan pues a explorar los orígenes de dicha expresión y considerar cuán precisa es su aplicación al contexto geopolítico actual.

Vayamos entonces a octubre de 1945, cuando George Orwell utilizó por primera vez la frase “guerra fría” en su ensayo Tú y la bomba atómica. Al considerar las preocupantes implicaciones de la incipiente era atómica que había arrancado apenas dos meses antes con los devastadores bombardeos nucleares en Hiroshima y Nagasaki, Orwell planteó la posibilidad de un estado “invulnerable y, al mismo tiempo, en un estado perpetuo de ‘guerra fría’ con sus vecinos”.

En este escenario, el escritor de 1984 destacó el peligro de la existencia de dos o tres enormes superpotencias, cada una de ellas dotada de un potencial devastador capaz de eliminar a millones de individuos en tan solo unos segundos, lo que resultaría en la división global entre estos poderes. De manera sombría, concluyó que esta situación probablemente llevaría a poner fin a las guerras a gran escala, a costa de prolongar indefinidamente una “paz que no es paz’”.

Dos años después, Bernard Baruch, un influyente multimillonario financiero y asesor de presidentes desde Woodrow Wilson hasta Harry S. Truman, retomó esta expresión en un discurso ante la Cámara de Representantes de Carolina del Sur. Con gran énfasis, declaró: “No nos engañemos; hoy estamos en medio de una Guerra Fría. Nuestros enemigos se encuentran tanto en el extranjero como en nuestro propio hogar. No olvidemos nunca esto: nuestra inquietud es el corazón de su éxito”.

Poco después, en septiembre de ese mismo año, Walter Lippmann, amigo cercano de Baruch y uno de los periodistas más influyentes de la época, popularizó la frase “Guerra Fría” como una forma adecuada de describir la rivalidad diplomática y militar entre las superpotencias nucleares.

Desde ese momento, el término se convirtió en una parte integral de nuestro léxico global y se utilizó durante casi cinco décadas para definir un período histórico lleno de tensión y rivalidad entre la Unión Soviética y los Estados Unidos.

A diferencia de una guerra convencional -a la que podríamos denominar una “guerra caliente”- en la Guerra Fría, el bloque soviético y las potencias occidentales no se enfrentaron directamente en campos de batalla tradicionales. No se utilizaban armas en combates directos y no se libraban conflictos militares abiertos entre las dos grandes potencias mundiales. En cambio, esta tensa confrontación se caracterizaba por una constante lucha por ganar aliados y ejercer influencia en todo el mundo. Los bloques liderados por los dos países mencionados apoyaban a naciones “satélites” que compartían sus puntos de vista y políticas, mediante la asistencia económica, militar y diplomática. Sumado a esto, la lucha propagandística desempeñó un papel fundamental en esta guerra no declarada, puesto que ambas partes se esforzaban por moldear la percepción pública, tanto en sus propias fronteras como en el extranjero, y así ganar ventaja en la contienda ideológica.

Esta intensa confrontación se desplegó en múltiples escenarios y se manifestó en diversas formas, abarcando desde la icónica “carrera espacial” en la que Estados Unidos y la Unión Soviética competían ferozmente por dominar la exploración del espacio, hasta momentos históricos como el emocionante Milagro sobre Hielo durante los Juegos Olímpicos de 1980, donde los equipos de hockey de ambas naciones trasladaban esta rivalidad al ámbito deportivo.

La lucha por la supremacía mundial no se limitaba solo a los terrenos políticos, económicos, científicos o deportivos; también se manifestaba en juegos de ajedrez, en ferias internacionales y en expresiones artísticas que pretendían destacar la grandeza de una nación sobre la otra. Pero es crucial recordar que, más allá de estos duelos de ego y habilidades, hubo momentos de una gravedad extrema. Uno de los más notorios fue la Crisis de los Misiles en Cuba, un episodio que llevó al mundo al borde de una catástrofe nuclear, destacando la fragilidad de la coexistencia en esta nueva era de “paz que no es paz” orwelliana.

Con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, finalmente concluyó ese largo capítulo de la “Guerra Fría”. Sin embargo, tres décadas después, los conflictos en curso, como la guerra entre Rusia y Ucrania y los enfrentamientos entre Hamás e Israel, nos sumergen una vez más en un escenario complejo. Pero, dadas las circunstancias discutidas anteriormente, sería inapropiado etiquetar esta situación como una “nueva Guerra Fría”.

Más bien, podríamos estar experimentando una especie de “Guerra Tibia”, en la que los pactos y alianzas anteriores ya no se aplican de la misma manera. A diferencia de lo que vimos antes, ahora los bandos no están tan claramente definidos. En esta nueva dinámica, las lealtades y alianzas cambian rápidamente, y las batallas se despliegan de una manera más fragmentada y descentralizada.

No existe ya una lucha de titanes, sino una multiplicidad de actores en conflicto constante: naciones, grupos religiosos, organizaciones no gubernamentales e incluso entidades cibernéticas, todos compitiendo en un mundo interconectado y altamente volátil.

Las rivalidades se expresan simultáneamente en distintos aspectos geopolíticos, económicos, tecnológicos e incluso ideológicos, lo que contribuye a aumentar la complejidad y confusión de la situación.

Utilizando la expresión coloquial en inglés hot and cold, que se refiere a alguien que cambia constantemente sus preferencias, puntos de vista y estados de ánimo, podemos ilustrar que esta modalidad de guerra se destaca por su incesante oscilación en la intensidad y el conflicto. En este juego de “caliente y frío,” el objetivo principal radica en lograr ventajas estratégicas sin cruzar las líneas que pudieran dar lugar a un conflicto global declarado y, en última instancia, catastrófico.

En esencia, este tipo de conflicto tibio se caracteriza por la divergencia de enfoques y opiniones contrapuestas que, al mismo tiempo, convergen en un único punto: el combate directo que no termine nunca en guerra total.

A medida que navegamos por esta nueva realidad geopolítica, es esencial comprender que estamos en aguas desconocidas. No podemos simplemente aplicar el manual de la Guerra Fría o la Guerra Caliente. Las estrategias y los enfoques deben evolucionar para abordar los desafíos y peligros específicos de esta era.

El orden y la estabilidad mundial dependen en gran medida de nuestra capacidad para adaptarnos a esta nueva realidad y forjar otros caminos hacia la cooperación y el entendimiento mutuo en un mundo que se encuentra en un estado indefinido entre la guerra y la paz.