Esto no es ficción. Desde hace tres meses, el Dr. M. sufre de fuertes y constantes dolores de cabeza. No hay nada que hacer al respecto, “ya me vio neurología y solo queda estar tomando un pinche analgésico todos los pinches días”, asunto que no le gusta pues sabe que puede atraer problemas a largo plazo. Las cefaleas, son causadas por los cubrebocas y goggles apretados con los cuales tiene que trabajar para atender a pacientes enfermos de Covid-19.
El Dr. M, es jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital público de tercer nivel y lleva ocho meses trabajando con los pacientes más graves de la pandemia en su región. “No me los puedo aflojar ni me puedo descuidar, porque no quiero enfermar”, me dice con el tono de voz cansado, refiriéndose al equipo de protección personal, como quien ha tenido que explicarle esto a terceros una y otra vez, pero sobre todo, como quien se tiene que repetir la misma frase a sí mismo para no ceder ante el impulso de relajar las medidas de seguridad que hasta ahora, lo han mantenido sano y salvo, a pesar de estar literalmente, rodeado de peligro.
La Dra. S. es anestesióloga y tiene dos trabajos. En el área privada, participa en diversas cirugías y procedimientos, pero en el sector público, su labor se concentra mayormente en sedar y entubar pacientes de los cuales, no volverá a ver vivos a la inmensa mayoría.
“De haber sabido que esto me esperaría cuando nos avisaron que nos convertiríamos en hospital Covid, habría renunciado”, me dicen entre risas algo nerviosas. “Gracias a que tengo mi práctica privada, es que no me he vuelto loca”, agrega con un fallido intento de humor.
Cuando le pregunto sobre cuál considera su peor experiencia durante la pandemia, la Dra. S. me responde tajante que no quiere hablar de esos temas. Cuando le interrogo sobre su mejor experiencia, me responde de nuevo intentando utilizar el humor (al menos así lo interpreto) como un arma de defensa, que está más flaca, que ha perdido varios kilos. ¿La causa? Que casi no come, aunado a una colitis de mas de seis meses y que ya considera crónica.
Cuando entra al área Covid, me asegura que se transforma desde que se uniforma y lo que dure su turno, no va ni al baño, muchos menos, se acerca las manos a la cara, por lo que no come ni bebe nada. “Eso ya lo hago en mi casa. Allá no me llevo problemas del hogar y aquí no traigo temas del hospital, por mi salud mental, tengo que tener las cosas totalmente separadas”.
El desgaste
El burnout o el síndrome de desgaste laboral o agotamiento profesional, ha sido reconocido ya por la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y Problemas de Salud Conexos (CIE-11), que norma criterios para estandarizar enfermedades, trastornos, lesiones y otros problemas de salud en todo el mundo.
Si bien es cierto que el término del burnout o el síndrome del desgaste laboral lo concibió desde 1948 el psicólogo Herbert J. Freudenberger,
en fechas recientes como nueva realidad traumática, se ha visto exacerbado por los cambios en las condiciones de trabajo causadas por la pandemia en todos los sectores, desde la gente que se ve obligada a trabajar a la distancia o con ingresos recortados, hasta el sector salud con un trabajo tan demandante y que curiosamente, no suele considerarse socialmente, como de muy alto estrés.
“No tienen idea lo difícil que es trabajar como secretaria en un hospital de Covid en estos momentos”, explica Georgina N., empleada del Instituto Mexicano del Seguro Social. “Nos toca lidiar con la frustración, el coraje y la depresión de todos, con sus exigencias, a veces bien irracionales de los doctores, las enfermeras, el personal de laboratorio, camilleros, los compañeros de lavandería o de limpieza e higiene”.
Y es que el tema es el agotamiento. El personal del sector salud público y privado, está fatigado y exhausto. “En Europa, los colegas tuvieron al menos tiempo de descansar todo el verano”, refiere el neumólogo Dr. Solana de un hospital privado en la ciudad de México.
“Aquí no hemos tenido un respiro, ha sido paciente tras paciente, contagio tras contagio desde marzo y seguirán creciendo en el Buen Fin, en las fiestas de diciembre y no quiero ni imaginar cómo estaremos enero y febrero”, expresa la enfermera L., de un instituto de investigación y atención de tercer nivel que ha sido convertido para atender pacientes Covid de forma exclusiva, quien reporta animadversión porque la gente está relajando medidas de prevención y eso causa otros problemas no contemplados en las estadísticas, como los pacientes regulares que antes solían atender y que hoy no están recibiendo tratamiento especializado en ningún lado.
El internista, Dr. M., dice que todo el tiempo se encuentra irritable por las jaquecas y porque sale de trabajar y en la calle observa a “la gente como si nada. Las fiestas pueden esperar, las reuniones, pueden esperar. ¿Cómo se les ocurre ir a bodas o pedas en estos momentos?
¿Se perdieron una graduación? Pobrecitos. ¿Hace mucho que no ven a sus amigos? ¡Por favor! ¡Tienen zoom! Está bien que estén aburridos, pon tú, yo lo entiendo, de estar en la comodidad de su casa viendo televisión y no llevando una ‘vida normal’, pero no se han detenido a entender que estamos en una pandemia y que los hospitales estamos llenos. Tengo compañeras del área de cuidados intensivos que llevan ocho meses sin convivir con sus hijos por miedo a contagiarlos y la gente no se ha puesto a pensar en nosotros… ni el presidente puede usar un cubrebocas, pero ya estoy harto, si siguen así las cosas, pediré mi cambio de servicio como le han hecho otros compañeros y a ver cómo le hacen, porque pueden tener todo el equipo del mundo pero pon tú, sin nosotros, a ver cómo le hacen”.
Una de las consecuencias más graves del agotamiento laboral, del burnout en el ámbito de los empleados de la medicina, es el ausentismo laboral, lo que según los expertos, causa aumento de accidentalidad y pensamientos de renunciar al trabajo. “Nosotras pensábamos que con el tiempo, los compañeros que al inicio de la pandemia habían tomado descanso, regresarían poco a poco a sus trabajos normales, pero no ha sido así, y cada vez somos menos y eso en realidad nos divide en dos grupos, nos enfrenta, los que sí atendemos Covid y los que se niegan a hacerlo”, dice la enfermera L.
“Entre los que dicen que tienen factor de riesgo y los que no quieren ver pacientes Covid y buscan zafarse a como sea, y los que se nos enferman o los que renuncian, nos estamos quedando sin gente”, afirma la secretaria Gerogina N.
Le tenemos miedo al miedo
Por varias declaraciones más, infiero que la mortalidad en México puede ser mucho más elevada que en otros países, porque en términos de mano de obra útil y capacitada, la situación es crítica. Máxime, cuando adicionalmente, México ha sido, en todo el mundo, el deshonroso primer lugar país con el mayor número de personas del sector salud que han muerto a causa de la pandemia, ocasionado principalmente, por falta de equipo de protección personal y por falta de adecuada capacitación.
Por la gente que he entrevistado, no parece poco frecuente la sensación de abandono que el personal sanitario presenta. La incertidumbre, la angustia, se han vuelto cotidianas; son un estado constante y presente, al grado en que la mayoría, buscan evitar hablar del tema y si lo hacen, piden proteger su identidad al ser citados.
Las depresiones y trastornos de ansiedad, muy frecuentes entre el personal que trabaja en el sector salud, se han disparado, aunque ahora son tantos los que los están padeciendo que “podemos externarlo mejor, decir que estamos mal, que somos vulnerables y buscar ayuda psiquiátrica y psicológica”, dijo la enfermera L.
Es un hecho que quienes atienden las urgencias y hospitalizaciones, han sufrido tanto en su bienestar físico como emocional. Se estima que la gran mayoría, trabajan jornadas más largas e intensas que antes, con pérdida de bienestar en el ambiente laboral y personal, pues hasta el 30% del personal salud, se han alienado de su propia familia inmediata (parejas sentimentales e hijos) por temor a contagiarles.
“Para diciembre y enero, le tenemos miedo al miedo, porque están diario viviendo con los recuerdos del pasado cuando no tenían ni camas ni donde sentar pacientes, que se les desvanecían en la banquetas, que no había capacidad ni centro Banamex para derivarlos y lo proyectamos hacia un futuro cercano”, expresa la Dra. Carmen S,
psiquiatra y psicoterapeuta, quien nos indica que además, que
de acuerdo con el artículo Burnout of healthcare providers during Covid-19, de Meredith Bradley y Praveen Chahar, hay una prevalencia de agotamiento superior al 40% entre el personal de atención médica dedicado al Covid.
“Sin duda te afecta”, confiesa la Dra. S., anestesióloga, una vez que toma confianza. “Porque hay pacientes muy graves que se quedaron en casa y que se contagiaron por un familiar o una persona que les fue a dejar la despensa o el mercado. Los ingresas medio mal y vas viendo que hagas lo que hagas, se van deteriorando, porque hay tratamientos de síntomas, pero el cuerpo es el que se tiene que mejorar sólo al tratarse de un virus para el que no hay cura hasta ahora. Es horrible ver su angustia, que se pasan dos o tres días solos, mirando a otros pacientes, preguntando si la van a librar o no y luego pasa, que no vuelven a ver a la familia, a nadie, o que contagian a alguien que quieres… Eso es lo peor que me ha pasado en esta pandemia, te lo voy a contar, te voy a responder. Una compañera, mi mejor amiga de años, se contagió por un paciente y yo tuve que sedarla. Llamó por teléfono para despedirse de su mamá. Tenía tres meses sin verla. Me impresionó mucho escuchar la llamada con su mamá, los gritos del otro lado, las lágrimas porque se estaban despidiendo porque sabían que se moría. Es algo que sabes. Y yo no podía dejar que me viera llorar, lo intenté, porque no quería que se fuera más angustiada, pero no pude”.
Morir es real
Las cifras no mienten, no toman partido ni ideología. Son pocas las personas que no conocen ya un caso de alguien que se haya contagiado de Covid-19. Nuestra situación es seria y en México, nuestro futuro pinta complicado. La enfermedad causada por el SARS-CoV-2 es ya la principal causa de muerte, superando a enfermedades del corazón, a la diabetes y al cáncer, y todo indica que seguirá creciendo y que puede postrar al sistema hospitalario completo si no lo refuerzan, pero sobre todo, si no contenemos el contagio.
¿Qué se puede hacer?, les pregunto a mis entrevistados. Porque la economía no parece que pueda aguantar otro encierro. “Vamos a soñar. Me encantaría que se diera más importancia al uso del cubrebocas, pero no llenándote de letreros de ponte el cubrebocas. Que se diera la importancia desde el presidente que nunca se lo pone, desde su señora esposa que nunca se lo pone, que fuéramos más allá del cartel a una campaña masiva para educar y explicar el uso de cubrebocas, porque a ocho meses, hay mucha gente que no sabe ni como usarlo, ni cual es el adecuado, ni como lavarlo o desecharlo”, me dice la enfermera L.
Tiene razón. El gobierno podría utilizar los medios que tiene a su alcance para lograrlo. En los países donde la economía ha resistido y los contagios están bajo control se han llevado a cabo cinco tareas: “uso obligatorio y correcto del cubrebocas, testeo masivo y eficiente (resultados rápidos, poco sirven cinco o siete días después), rastreo de contactos, aislamiento efectivo de pacientes y de las personas con las que convivieron con apoyo económico del gobierno, y un tratamiento temprano de síntomas nos permitirían convivir con la Covid-19 sin arruinarnos”, replica el Dr. E. H, ortopedista.
“Tú, tranquilo, preocúpate si me ves a mi preocupado”, me dijo un médico hace algunos años, cuando estaba por ingresar al quirófano para practicar una cirugía de urgencia. Al momento en que concluyo estas líneas no puedo olvidar esa frase y que hoy, a todas las personas del sector salud a los que he entrevistado para este texto, los veo cansados, estresados y sobre todo, muy preocupados.
PUEDES LEER: