Ganadora en el pasado Festival de Cine de Morelia, Ya no estoy aquí (México, 2019), el segundo largometraje del director y guionista Fernando Frías, remite irremediablemente a aquella obra mayor sobre la subcultura de la “Kolombia” regiomontana: Cumbia Callera (Villarreal, 2007), cinta que sin diálogos, aunque plena en música y canciones (algunas de ellas del recién fallecido Celso Piña), narraba la historia de un trío amoroso entre una guapa adolescente aficionada a la cumbia y sus dos jóvenes pretendientes.
El escenario y la afición por la música se repiten en el largometraje de Frías, no obstante la intención de esta nueva cinta es muy diferente: aunque estamos en un coming-of-age a ritmo de vallenato, en Ya no estoy aquí —de estreno esta semana en Netflix— es clara la intención de hacer una denuncia social sobre las condiciones de la juventud marginada en Monterrey.
Ulises (solvente Juan Daniel Garcia Treviño) es un adolescente de 17 años que con su pandilla, Los Terkos, pasa el día escuchando “cumbia rebajada”, bailando y deambulando por los terrenos baldíos y las construcciones abandonadas del barrio.
Luego de un conflicto con un narco local, Ulises se ve obligado a huir, indocumentado, hacia Estados Unidos. Sin hablar una pizca de inglés, el chico llega a Nueva York donde encuentra trabajo en una obra, y aunque todo parece ir bien, lo cierto es que por dentro Ulises muere de nostalgia: extraña a sus amigos, el baile y su música.
Mediante una narración no lineal y constantes flashbacks, somos testigos de los intentos de Ulises por comunicarse y encajar en una comunidad que no lo entiende y lo señala por su estrafalario peinado, su vestimenta o sus gustos musicales. De no ser por un viejo reproductor de MP3 donde tiene todas sus cumbias (y de la ayuda de cierta chica de origen asiático que le echa el ojo), Ulises no podría sobrevivir.
Con una gran combinación entre música, imagen y ritmo, Frías y Treviño nos contagian la nostalgia y melancolía que le produce a Ulises estar lejos de sus amigos y de su música. Estamos frente a una película sobre migración que cuenta la historia inversa: el drama no es el camino a Estados Unidos, el drama es no poder regresar, es la pérdida de identidad.
El “sueño norteamericano” no le alcanza a Ulises. Él y sus amigos quisieran que el tiempo se detuviera, que el baile pasara tan lento como en sus “kumbias rebajadas”, porque saben bien que allá afuera en las violentas calles de la “guerra contra el narco”, la bala de un narcotraficante o de un militar puede acabar con los sueños de todos sus Terkos.