Wakanda Forever: mar de aburrición

18 de Diciembre de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

Wakanda Forever: mar de aburrición

alejandro aleman

“La muerte no es el final, sino un punto de partida”. Las palabras de T’Challa (Chadwik Boseman) en la primera entrega de Black Panther (Coogler, 2018) se convirtieron en profecía. Y es que Wakanda Forever (Estados Unidos, 2022), la secuela de aquella cinta, inicia como es obligado: con la muerte de T’Challa en una emotiva secuencia dedicada a un actor en pleno ascenso que partió demasiado pronto.

Pero el show debe continuar y de eso se trata esta nueva entrega: capitalizar la ausencia de Boseman, explotar el éxito de la cinta anterior, y continuar el compromiso con la diversidad y las minorías.

La legitimidad que le da sus muy loables intenciones es una cosa, pero hacer buen cine (o de perdis cine entretenido) es otra. Si la sobrevalorada Black Panther (2018) caminaba sobre un guión tedioso y mal CGI, cuatro años después poco ha mejorado.

Wakanda Forever es una cinta irregular en todo sentido: en un momento te presenta bellas tomas que parecen sacadas de algún documental de Nat Geo y al otro te restriega en los ojos un pésimo CGI.

Las actuaciones son notables en comparación a lo triste de todo el escenario. Letitia Wright pasa de actriz secundaria a una muy atribulada protagonista que sigue sin aceptar la muerte de su hermano.

También destaca Angela Basset como la imponente reina Ramonda, y se suma otro grupo de víctimas del poder blanco: Namor (Tenoch Huerta) y su ejército de mayas precolombinos con poderes.

Namor dice ser un mutante (palabra mágica para el futuro del MCU): puede volar, nadar en la profundidad del mar y es tan fuerte como HULK. Al igual que Tenoch, Namor desprecia la conquista y a los conquistadores españoles.

El personaje parece hecho especialmente para el actor, pero también para el activista de Twitter: sus motivaciones son las mismas. Tal vez por ello su interpretación es tan acertada: la de un hombre orgulloso de su raza y de su color de piel, cuya historia se cuenta cual si fuera un episodio de México: Magia y Encuentro.

Las carretadas de inclusión roban espacio a la diversión. El guión es un pantano de diálogos inanes, de subtramas inservibles, de servidumbres impostergables (Ironheart, metida con calzador), todo en una película que tarda muchísimo en arrancar y mucho más en acabar.

Lo que le importa a Coogler es el mensaje, la inclusión, la corrección. No le interesa armar secuencias interesantes o diálogos atractivos. Fuera del ya mencionado inicio (y de algunas escenas con Tenoch) esta película es un completo homenaje a la solemnidad.

El único aspecto auténticamente brillante es el score musical, a cargo del extraordinario Ludwig Göransson (Creed, The Mandalorian), quien con su trabajo le impregna algo de color y ritmo a una película que irremediablemente se hunde en un mar de aburrimiento.