Tótem, el segundo largometraje de la realizadora Lila Avilés (notable ópera prima, La Camarista, 2018) es un retrato absolutamente conmovedor sobre la ternura, la inocencia, y la desesperación, alejándose de cursilerías, solemnidad, o drama, con un tono íntimo, naturalista y brillante en todos sentidos.
La película tiene como centro a Sol (Naíma Sentíes, toda una revelación), una pequeña de once años que se erige como una gran observadora de un mundo adulto. Junto con su madre, la niña se prepara para visitar a su papá, quien vive en la casa de su abuelo. Pronto nos enteramos que toda la familia organiza una fiesta para el cumpleaños de Tona (padre de Sol), quien en contraste padece un cáncer terminal.
Al llegar a la casa, el universo de la película se desdobla con un puñado de personajes que alistan los caóticos preparativos para el festejo: las tías (Monserrat Gasé y Monserrat Marañón), el reservado abuelo, varios amigos, y al final Cruz (la gran Teresa Sánchez) la abnegada enfermera de Tona (Mateo García), quien se la vive encerrado en su cuarto, con fuertes dolores y sin ganas de que nadie lo vea.
Avilés abre frente a nosotros un fascinante rompecabezas lleno de emociones contradictorias, un cálido caos familiar de una constante tensión manifiesta en las pláticas que a lo lejos escucha Sol: que si ya no hay dinero para las medicinas, que si Tona ya no soporta el dolor, que si hay que llevarlo a otro doctor. La idiosincrasia de esta familia se muestra en pequeños actos que delatan sus filias y fobias: le deben dos meses a la enfermera pero le pagan a una santera para que haga una limpia, uno de los tíos convoca a una “terapia cuántica” y otra de las tías encierra su dolor en la cocina, so pretexto de terminar el elaborado decorado de un pastel con motivos de Van Gogh.
De inmediato salta a la vista la increíble naturalidad con la que hablan, se mueven, sufren y ríen todos los personajes. Lila Avilés presume de una dirección de actores impecable (¿remanente de sus días como directora de teatro?) y un fino cuidado por el detalle que muy pocas veces se ve en el cine mexicano. Sobresale de igual forma su extraordinaria capacidad de observación, manifiesto en el guión (escrito por ella) y en el uso de una cámara al hombro (a cargo de Diego Tenorio) que sigue de cerca a los personajes en un tono documental que no pierde detalle alguno.
Tótem es la gran crónica de una familia que se niega a cumplir con esa “costumbre tan salvaje” (Sabines dixit) de enterrar a los muertos. Un hermoso retrato naturalista cuyo trabajo actoral obliga a replantear los términos en los que se califica una buena actuación.
Si en La Camarista, Lila Avilés retrata la soledad de una mujer atrapada en su trabajo, aquí la cineasta hace el retrato de una niña que ya se siente sola ante la inminente pérdida de su padre. Su mirada, a punto de entrar al abismo, nos ve de regreso en un final tan doloroso como inevitable.