Al final del primer episodio de Todo va a estar bien, la nueva serie de Netflix creada, producida y dirigida por Diego Luna, una animación con voz en off califica al matrimonio como una institución “arcaica y caduca” que mató al amor. Es el resumen de la ideología de toda la serie.
Más allá de que si uno está de acuerdo o no con Luna, ¿qué caso tiene seguir viendo si su crítica hacia el matrimonio la resume en un Powerpoint de dos minutos?
Ciudad de México, 2019, vísperas de la pandemia. Julia (Lucía Uribe) y Ruy (Flavio Medina) forman un matrimonio venido a menos. Luego de mucho pensarlo han decidido separarse. La gota que derrama el vaso ocurre luego de una fiesta familiar, cuando Julia es llevada al Torito por culpa de Ruy quien —además de ponerse mala copa— no cumplió con su promesa de no beber para así manejar de vuelta a casa.
Lo que sigue es la clásica guerra matrimonial que incluye infidelidades, reproches, gritos y peleas, hasta que ambos deciden llevar el conflicto al terreno legal. Y la que se lleva la peor parte no es sino Andrea (Isabela Vázquez, magnífica), su pequeña hija de unos 10 años, cada vez más solitaria y triste.
Andrea encuentra consuelo con Idalia (Mercedez Hernández, camaleónica), la nana y ayudante doméstica que vive con la familia. Ella se convierte en la mejor madre sustituta, y ambas se roban la serie.
Técnicamente no hay reproche. Con un buen diseño de producción, la cámara se mantiene distante (como los protagonistas), privilegiando los colores vivos en encuadres lejanos que nos hacen sentir unos voyeuristas de esta pareja en guerra.
Todo iría bien, excepto por la tibieza del guion y la errática dirección. En un ánimo de hiperrealismo se hacen constantes alusiones a la 4T, pero nunca se asume una postura, ¿está Luna a favor o en contra del Peje? Con esa misma tibieza enarbola las mejores causas, mostrándose con ridícula insistencia como “aliado”, feminista, incluyente y woke, para al final convertirse en una parodia de aquello que pretende apoyar: el personaje de Ruy, macho y acosador, redimido y “deconstruído” con tan sólo una mágica sesión de “equidad de género”, cortesía de la 4T.
Lo anterior sin mencionar el improbable final, así como las muchas incoherencias del guion: (¿cómo le hacen una diseñadora y un locutor para tener esa casa, con doméstica de planta, hija en colegio privado y un Prius en la puerta?).
Lo que se anuncia como una “muy original” serie de Netflix, no lo es tanto: ya lo hicieron mil veces mejor Escenas de un Matrimonio (Bergman, 1974), Kramer vs. Kramer (Benton, 1979) y hasta Diego Luna mismo, en aquel final de Y tu Mamá También (Cuarón, 2001).