Katie Rife, la crítica de cine en The AV Club, lo resume bien: Titane es como un gato que te lleva un ratón muerto a la casa. Es asqueroso, sangriento, impactante, pero en el fondo es un acto de amor.
Titane (segunda cinta de la realizadora francesa Julia Ducournau) es una serie de provocaciones que (aunque no parezca) tienen un fin claro. La primera de ellas es un sorprendente plano-secuencia que nos presenta a Alexia (brutal Agathe Rousselle), una bailarina exótica que se posa sobre un Cadillac tuneado en medio de un mar de hombres que la admiran y le piden autógrafos. Es una demostración de músculo, audacia y supremacía técnica. Y es sólo el principio.
Contar la trama de Titane resulta un absoluto despropósito. Sólo cabría comentar que antes de la escena descrita, vemos como una niña sufre un terrible accidente de auto. Los médicos le colocan una placa de titanio en la cabeza y un aparato ortopédico para mantener derecho su cuerpo quebrado. Demasiado tarde, tal vez. Al salir del hospital, la niña abraza y besa al auto que casi la mata. Años más tarde, la ahora mujer baila semidesnuda sobre autos y presume sin pudor la horrible cicatriz en su cráneo.
¿Estamos ante una metamorfosis provocada por el metal o la confirmación de una naturaleza que desafía lógica y biología? Difícil decir. Y es que Titane es de esas cintas que abraza la ambigüedad. “El arte plantea preguntas, si quieres respuestas ve a Google” dice Ducournau.
Las que siguen son más provocaciones. Un relato delirante sobre padres e hijos, sobre las trampas del cuerpo que moldea la identidad. Es la colisión de dos personajes, la pulsión de muerte en Alexia y la pulsión de vida en un héroe melancólico: un bombero interpretado por un icónico Vincent Lindon.
Sangrienta, violenta, Ducournau no busca el shock value per sé, porque, aunque no parezca, la cineasta mantiene un férreo control de su película, nada sucede al azar por más impredecible que sea. Titane (como la protagonista) no busca agradar ni ser comprendida, ello le ganará el desprecio de muchos, cosa que no podría importarle menos a la cineasta.
Y aunque es obvio que aquí está presente el cine de Cronenberg, Titane va mucho más allá: Almodóvar, Noé, Tsukamoto, Tarantino y más. Pero la mayor influencia quizá sea el Marqués de Sade. Alexia (como la Justine de Sade) aprenderá de formas por demás retorcidas sobre su cuerpo, su identidad y su humanidad encarcelada en titanio. Titane es uno de los mejores discursos sobre la fluidez de género.
Es también una historia de amor, de aquel que acepta al otro tal cual es y no como uno quisiera que fuera. Un relato de amor encerrado en una de las películas más viscerales, delirantes y arriesgadas que verán este año.