Hablar de The Queen’s Gambit —la nueva miniserie producida por Netflix basada en la novela homónima de Walter Trevis— implica hablar de una y solo una cosa: la mirada magnética, enigmática e irresistible de Anya Taylor-Joy.
Existen películas que descansan en la actuación de un actor o una actriz, lo particular de esta serie (de tan sólo siete capítulos de duración) es que depende, absolutamente, de los enormes ojos cafés, esas cejas pobladas y esa mirada —que lo mismo se vuelve inquisidora, tierna o desquiciada— de la actriz inglesa-argentina.
Es tal el poder en la mirada de Taylor-Joy que por momentos no pareciera que nosotros vemos la serie, sino que ella nos mira de regreso.
Esta es la historia de Beth Harmon (Isla Johnston), una niña de apenas nueve años, de padre ausente y madre fallecida en un fatal accidente automovilístico. Silenciosa y tímida, Beth es enviada a un orfanato (una copia light del sanatorio de One Flew Over the Cuckoos Nest, 1975) donde se hace amiga de Mr. Shaibel (Bill Camp), el silencioso conserje del lugar que a la sazón es aficionado al ajedrez.
De la mano del señor Shaibel, descubrimos que Beth es un prodigio del ajedrez, que no sólo aprende jugadas, sino que las recrea en su mente antes de dormir. Beth derrota a los mejores ajedrecistas del pueblo, del estado y del país, abriéndose camino en un mundo absolutamente dominado por hombres.
Esto no es sino la clásica historia de reto deportivo que incluye los clichés de rigor: infancia difícil, abandono, soledad, adicciones, increíbles triunfos y dolorosos fracasos. La cosa es tan predecible que por momentos parece que estamos viendo la saga de Rocky, particularmente cuando Beth se enfrenta a un temible ajedrecista ruso y para ello es entrenada por Benny (Thomas Brodie-Sangster), antiguo rival y ahora animoso entrenador.
La fotografía de Steven Meizler se empeña en sazonar todos aquellos momentos que parecerían aburridos (los torneos de ajedrez) y para lo cual recurre una y otra vez al montaje o a llamativos, pero innecesarios planos secuencia que parecieran querer demostrar que hay mucho presupuesto en esta producción.
No obstante lo previsible de la trama y el edulcorado final, The Queen’s Gambit rebasa la línea del mero entretenimiento, ya sea por el placer de ver a una mujer solitaria, pero empoderada, ganar en un mundo de hombres o por la susodicha mirada de Anya Taylor-Joy que a cada fotograma nos atrapa, nos subyuga, nos pone en jaque mate.