The Northman —tercer largometraje del director Robert Eggers (The Witch, The Lighthouse)— es el tipo de cine que uno pensaría que ya no es posible estos días: una producción de 90 millones de dólares que no es una franquicia, no está basada en cómics, no es de superhéroes, producida por un gran estudio de Hollywood (Universal) y con secuencias llenas de violencia que exudan testosterona al por mayor.
Con origen en el folclore escandinavo, la historia de The Northman es tan vieja como el tiempo mismo. Un imponente Alexander Skarsgård interpreta a Amleth, hijo de un monarca guerrero conocido como el Rey Cuervo (Ethan Hawke).
En su infancia, Amleth es testigo del asesinato de su padre a manos de su tío Fjölnir (Cleas Bang), por lo que huye no sin prometerse a sí mismo que regresará para vengar a su padre, salvar a su madre (Nicole Kidman) y matar a Fjölnir.
Si lo anterior les sonó familiar es porque William Shakespeare llevó esta historia al mundo de habla inglesa con Hamlet. En todo caso ayer, como ahora, lo importante no es la historia, sino cómo se narra.
Eggers resiste los embates que usualmente acompañan a una producción de alto presupuesto: la presión de los estudios, la obligación de ser comercialmente viable y en general, la posibilidad de perder control creativo en pos de complacer a más público. El resultado es absolutamente sorprendente.
Una épica brutal, violenta, sucia, con una atmósfera auténticamente intoxicante donde todo grita furia, desde el meticuloso diseño de producción (Craig Lathrop), pasando por la música (hipnóticos tambores a cargo de Robin Carolan y Sebastian Gainsborough) y por supuesto la extraordinaria cámara de Jarin Blaschke quien, mediante planos secuencia y tracking shots, nos hace partícipes de la batalla.
Frente a todo este destello técnico, está la presencia sobrehumana de un Alexander Skarsgård colmado de furia y músculos. Olvídense de los superhéroes: aquí estamos hablando de hombres con cuerpos de auténticos dioses y sin un ápice de CGI.
La intensidad y la pesadilla que suele acompañar el cine de Eggers está presente en escenas de gran complejidad técnica donde resulta imposible detectar tomas creadas por computadora.
Tal vez por eso hay momentos donde nos sentimos de vuelta en Apocalypse Now (Coppola, 1979), o en Gladiador (Scott, 2000), una mezcla de cine y espectáculo que, a contracorriente de la tendencia actual, evade lo digital para entregar una experiencia cruda, visceral e inmersiva.
The Northman es un viaje a las regiones más oscuras de la naturaleza humana, y como buen vikingo, esta película prefiere morir en la taquilla antes que dejarse subyugar por las reglas del cine de esta era postpandemia.
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