The House of Gucci es la típica película norteamericana cuya visión se construye a través de clichés. La música, el vestuario, el diseño de producción y ese machacante tono de voz (todos los personajes hablan como Mario Bros) son más que una decisión estética: se trata de un evidente desprecio por la cultura italiana.
Y aunque se argumente que la decisión está pensada justo para subrayar el absurdo y la farsa inherentes en la tragicomedia de los Gucci, lo cierto es que ese objetivo tampoco se alcanza.
El exceso y la sobreactuación no nos revelan nada sobre estos personajes. No hay siquiera una escena, un diálogo o una secuencia que resulten memorables dentro de su propia grandilocuencia.
La historia de la familia Gucci, contada por Ridley Scott, pide a gritos ser una serie. En cambio, lo que se entrega es una especie de farsa que se limita al recuento de hechos sobre esta truculenta e increíble historia de ambición y poder.
Lady Gaga está al frente de la película en su papel de Patrizia Reggiani, la mujer arribista que se termina casando con el joven Mauricio Gucci (Adam Driver), futuro heredero del imperio. El arribo de Patricia a la familia supone el inicio del fin de la marca Gucci, ya de por sí marcado por la displicencia de algunos frente al negocio (Jeremy Irons) y las malas decisiones de otros (el personaje de Al Pacino y su política referente a las copias Gucci en el mercado informal).
Todos (excepto Driver, el único que sí merecería una nominación al Óscar) están en un tono que coquetea con un teledrama. Lady Gaga sorprende en la primera media hora, donde pasa de mujer tierna, dulce, sexy y probablemente enamorada, a iracunda señora que cree que puede manejar de mejor forma el negocito. Y nada qué decir sobre Jared Leto: una botarga inútil por donde se le vea.
El tono casi telenovelero del largometraje es tal que la actuación de Salma Hayek (haciendo básicamente lo mismo que hace en todas sus películas, es decir, ser Salma Hayek) es probablemente de las más honestas en su carrera. Ella interpreta a una versión italiana de una adivina (similar al clásico “Esa mujer te lo está sonsacando”) que se convierte en consejera de Patrizia. El público ríe cada que ella propone un nuevo hechizo o embrujo a la cada vez más desquiciada señora Gucci.
House of Gucci sería una película pasable a no ser que venimos de ver, cada domingo, la misma historia pero con interpretaciones y manufactura que están años luz de esto: la serie Succession (de HBO), otro relato sobre empresas familiares, traiciones y parricidio, pero en este caso narrado con brío y actuaciones dignas de todos los premios.
Sin querer, Ridley Scott da la razón a aquellos que dicen que la televisión ha rebasado con creces al cine. En este caso es imposible argumentar lo contrario.
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