The Fabelmans o el poder del cine

25 de Diciembre de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

The Fabelmans o el poder del cine

alejandro aleman

Cuando The Fabelmans ganó el premio a Mejor Película en la más reciente entrega de los Globos de Oro, su director, Steven Spielberg, mencionó que llevaba años haciendo esta película. “Hay mucho de esta cinta en E.T. y en Encuentros Cercanos”, mencionó. Y aunque siempre hay que dudar de lo que un director declara, en este caso su dicho es verdad.

El cine de Spielberg se alimenta de un trauma oscuro: el abandono paterno. No alcanza el espacio para enlistar los numerosos filmes en los que de una u otra forma, Spielberg se refiere a la ausencia del padre. “No es fácil ser niño”, remata el cineasta al ganar el Globo de Oro. Claro que no, sobre todo cuando no hay un padre cerca.

La forma más simplona de entender a The Fabelmans es como una cinta más en esta moda entre los autores de hacer películas revisionistas sobre su propia infancia (Cuarón, Sorrentino, Branagh). Pero en el caso de Spielberg es distinto. Primero, porque el trauma infantil lo ha cargado durante toda su carrera y, segundo, porque más que un acto de nostalgia, The Fabelmans es un ejercicio de reivindicación hacia sus padres.

The Fabelmans inicia donde debe ser: en el cine. Sammy (Mateo Zoryan) va con sus padres (Paul Dano y Michelle Williams) por primera vez a una sala. Ven The greatest show on earth (DeMille, 1952) y la cinta le impacta de tal forma que de Hanukkah pide un tren (como el que vio en la película). Después (por sugerencia de su madre), tomará la cámara de su papá y filmará su propio choque de trenes. Es el inicio de un vicio que no podrá abandonar nunca. Porque como bien le dice su tío Boris (extraordinario Judd Hirsch): “Somos adictos, el arte es nuestra droga”.

En The Fabelmans coexisten los temas que han permeado por casi toda la obra de Spielberg, sólo que esta vez la historia es su propia historia: la de su padre que terminará por irse y la de su madre que se verá envuelta en una encrucijada amorosa. Por primera vez, Spielberg le da presencia a sus padres, ya no son ese espacio en blanco en un guión, sino seres humanos tan imperfectos como amorosos.

El cineasta aprovecha el viaje para defender su cine, ese escapismo del que ha sido señalado (injustamente) como culpable de bajar la edad y los estándares del espectador promedio. El escapismo es refugio para el joven Spielberg que prefiere filmar una película de guerra con sus amigos que una cinta para su madre en luto por la muerte de la abuela.

The Fabelmans es una respuesta a esas críticas: el cine debe transformar al espectador (como The greatest show on earth lo hizo con él cuando era niño), pero ello no está peleado con el gozo ni con la presencia de subtextos. El cine —aún el escapista— es capaz de revelar grandes verdades sin sacrificar el espectáculo. Palabra de Spielberg.

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