Tetris: una historia mal contada

18 de Diciembre de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

Tetris: una historia mal contada

alejandro aleman

A

pesar de que poseo un papel que dice que cursé la preparatoria (¡con un promedio de nueve!), lo cierto es que la mayoría de esos años los dediqué a una sola cosa: jugar Tetris.

Era el afortunado poseedor de un Gameboy, la consola portátil de Nintendo. Junto con un compañero hacíamos retas de Tetris mediante dos consolas. Tardes enteras se nos fueron jugando y gracias a eso probé (momentáneamente) las mieles de la popularidad preparatoriana.

Escenarios similares se repetían alrededor del mundo en los años 80. Mi padre me contaba que, cuando Tetris llegó a su oficina (la redacción de conocido periódico ubicado en la calle de Balderas), el trabajo se detuvo: absolutamente todos estaban jugando en sus computadoras. El factor adictivo de este juego radica en su simpleza: no hay historia, no hay personajes, no hay diálogos. Sólo hay premios a la destreza y castigos frente al error.

Irónicamente, el origen de este juego fue bastante complicado. Alekséi Pázhitnov, un programador ruso, diseña en sus ratos libres Tetris. Pero el régimen comunista prohíbe que lo comercialice (técnicamente le pertenece al estado). Ello no le impide distribuir copias que, cual virus, invaden Europa y luego, Norteamérica.

Hank Rogers (Taron Egerton) es el dueño de Bullet-Proof Software. Conoce Tetris en una expo en Las Vegas y de inmediato se convence de su enorme potencial. Intentará hacerse de los derechos del juego para Japón, pero lo que no sospecha es que está a punto de enfrascarse en una complicada trama que involucra al politburó ruso, a un magnate de los medios (Robert Maxwell, dueño del Daily Mirror), la poderosa Nintendo (a punto de sacar el Gameboy) y hasta al mismísimo Mijaíl Gorbachov.

Un relato así pide a gritos un director de la talla de David Fincher (The Social Network, 2010), pero nos tenemos que conformar con Jon S. Baird, quien en Tetris (2023) entrega una película deficiente, carente de ritmo, con personajes arquetípicos (el ruso malvado, el empresario corrupto), actores desperdiciados (Toby Jones) y una narrativa construida con diálogos de exposición e inútiles animaciones de 8-bits.

El guión (a cargo de Noah Pink) no dista mucho de una entrada de Wikipedia sazonada con eventos que no pasaron, pero que ayudan a que una historia sobre contratos y política se convierta en una (deficiente) cinta de espías.

Aunque con momentos logrados (cierta fiesta underground a ritmo de Europe), estos resultan insuficientes frente a la poca visión del director, lo acartonado de los personajes y la sensación de que nadie en el fondo sabía cómo narrar esta historia que termina siendo en un mal homenaje al cine ochentero de la guerra fría: aquel donde los rusos siempre son malos y los gringos siempre ganan.