Lo más interesante de Terminator: Dark Fate —secuela directa al clásico insuperable Terminator 2: Judgement Day (Cameron, 1991)— es que la película pasa sin problema el famoso Bechdel Test, aquel que mide la presencia femenina en un producto cultural. Así, Dark Fate es una de las películas con mayor representación femenina del año.
Dirigida por Tim Miller (Deadpool) y con la venia de James Cameron, la cinta inicia con varias secuencias en la CDMX (en realidad es España: la inseguridad de México y de la CDMX ahuyentaron a la producción) con diálogos terriblemente mal doblados a un español neutro. El doblaje es tan horrible que por momentos parece que estamos frente a la televisión viendo la “trilogía” de Canal Cinco.
Luego del accidentado inicio, aparece Linda Hamilton (de 63 años) y es cuando la película realmente comienza: un nuevo terminator (Gabriel Luna) llega del futuro y —como los iPhone— trae nuevos trucos: la habilidad de duplicarse, volverse líquido y seguramente la pila también le dura mucho. Su misión es acabar con Dani (Natalia Reyes), una mexicana que trabaja en una fábrica y que, como bien dice ella, es una don nadie.
Algo irá a hacer Dani en el futuro que los robots la quieren muerta (remember John Connor?), pero en su ayuda llega, también del futuro, una mujer que no es robot, pero si una “humano aumentada” (una muy competente Mackenzie Davis), capaz de darle pelea a los terminators aunque por tiempos cortos de batalla.
Los tropos de siempre están presentes: el robot que persigue a los otros montado en tremendo camión, los flashbacks sobre el futuro distópico que nos espera, el “I’ll be back”, pero la gran diferencia es que no hay hombres salvando a mujeres para que cumplan su destino como madres; se trata de mujeres defendiendo a mujeres y juntas sobreviviendo un mundo de hombres que, literalmente, sólo quieren aniquilarlas.
De repente aparece el Terminator original (Schwarzenegger, claro) vuelto un anciano (¿los robots envejecen?) y con una explicación bastante tonta de por qué ahora es un robot retirado en una casa de campo y además con una familia que mantener (sic).
Deficiente, con una trama que se debate entre el ridículo y el humor involuntario, lo único por lo que vale la pena ver esta cinta es por sus mujeres, principalmente por Linda Hamilton, quien se despoja de su papel como virgen María para, simplemente, ser la mujer empoderada que (¡desde los ochenta!) siempre ha sido.
El futuro, dice esta cinta, no sólo es femenino, sino también mexicano, latino e indocumentado. Bien por eso.