Hay un momento en Tenet —la más reciente película de Christopher Nolan— en la que uno de los personajes le aconseja a otro: “no trates de entender, sólo siéntelo”. La frase, claro, va dirigida hacia nosotros (el público), quienes para entonces ya estamos más perdidos que la taquilla global de 2020.
Palabras más, palabras menos, esa misma frase está presente en dos películas que en teoría no tienen nada que ver con Nolan: Austin Powers: The Spy Who Shagged Me (1999) y Avengers End Game (2019). En todas la intención es la misma: el reconocimiento tácito de que la trama no tiene ni pies ni cabeza pero que ello no importa porque uno viene al cine a divertirse, no a pensar.
No deja de ser curioso que Nolan cite a Austin Powers, pero recordemos que el director de Inception y The Dark Knight siempre había querido hacer una cinta de James Bond. Tenet es su propia versión de una aventura del 007, sólo que aquí su agente secreto es afroamericano y su gadget principal no es un auto invisible, sino la habilidad para que las cosas vayan de atrás para adelante. Cosa que, por cierto, es la hora que no entiendo cómo para qué podría servir.
Así pues, nuestro agente sin nombre debe detener a un traficante ruso (Kenneth Branagh) que trae del futuro armas “invertidas” lo cual, al parecer, provocará (sepa la bola por qué) el fin del mundo.
En lo formal, Tenet es la película más ambiciosa de Nolan: si en Memento el tiempo iba de atrás para adelante, en Tenet el tiempo obedece a la lógica de una cinta de Moebius. Pero la ambición y la osadía no bastan para hacer buen cine. Sus elevadas intenciones vienen acompañadas (y potenciadas como tal vez nunca antes) por las taras y defectos clásicos del cine nolanesco, a saber: explicar con diálogos en lugar de mostrar con imágenes, su incapacidad para filmar buenas escenas de acción, su torpeza en el manejo de los personajes femeninos.
Tenet carece de originalidad: un avión se estrella contra un hangar, tal como en Casino Royale (2006), una persecución a toda velocidad en una carretera, como en Matrix Revolutions (2003), una batalla final incomprensible (y aburrida), como en Inception (2010).
El resultado es una cinta medianamente divertida con momentos bien logrados gracias a la lente de Hoyte Van Hoytema y la extraordinaria música de Ludwig Göransson, verdadera estrella de esta película.
La cinta exige verse múltiples veces, pero no por las mejores razones. Y es que Tenet es una cinta que a pesar de sus interminables diálogos de exposición, al final resulta incomprensible.
Y eso (lo siento mucho) no es buen cine: eso es una tomadura de pelo.