Conozcan a la magnífica Lydia Tár. La famosa directora de orquesta -alumna de Leonard Bernstein y con doctorado en Harvard- cuya carrera ha ido en impresionante ascenso. Actualmente está a cargo de la filarmónica de Berlín, está a punto de grabar la quinta sinfonía de Mahler para la Deutsche Grammophon y su libro, Tár on Tár, llegará pronto a las librerías.
Si todo esto parece poco, resulta que Tár pertenece al club EGOT: aquel formado por quienes han ganado un Emmy, un Grammy, un Óscar y un Tony.
Con una decidida voluntad de borrar la línea entre ficción y realidad, TÁR (Estados Unidos, 2022) inicia con una larga entrevista entre la “maestro” (como le gusta que le llamen) y Adam Gopnik, colaborador del prestigioso semanario The New Yorker (que aquí se interpreta a sí mismo). La película está llena de cultas referencias musicales, pero esto no es una cinta sobre música: es una cinta sobre el poder.
Siniestramente elocuente y elegantemente cruel, Lydia Tár es un personaje que en manos de Cate Blanchett adquiere vida propia. Lo que veremos en un espacio de 158 minutos es la turbulenta caída de esta poderosa mujer que ama su propio mito, que camina en una burbuja de sofisticación y status que poco a poco se irá resquebrajando, en gran medida a causa de la forma en como Lydia asume el poder.
El guion escrito por el también director, Todd Field, muestra a Lydia en situaciones que dividirán al público entre el odio y la admiración: aquella donde destruye a un estudiante que se niega a tocar a Bach por ser “un misógino”, o la forma en cómo desestima ciertas acusaciones de alumnas y asistentes con las que probablemente cometió abusos.
La fotografía a cargo de Florian Hoffmeister, de tomas pulcras, limpias, casi geométricas, enfatizan la personalidad fría de la protagonista así como la atmósfera casi inerte de este mundo lleno de sofisticación y snobismo.
TÁR es una película que reta y exige al espectador: no solo por lo extendido de su duración, por lo denso de algunas de sus tomas, sino por la “osadía” de —en plena era del Me Too— poner al centro a una mujer (lesbiana además) que puede ser tan despiadada y depredadora como un hombre.
El poder no conoce de géneros, en TÁR el poder excesivo corrompe excesivamente a todo el que lo toque. Y si queda duda de las intenciones del director, este nunca permite que el público divida al arte del artista porque (pequeño spoiler) en realidad nunca vemos a Lydia en pleno ejercicio de su arte.
TÁR es una cinta que destila poder: en su montaje, en su edición, en el sonido, pero sobre todo en la interpretación. Sin Cate Blanchett este fascinante estudio de personaje habría quedado trunco. El Óscar no es un premio, es una obligación.