En todo juego de poder, tarde o temprano aparece la figura metafórica del parricidio. El momento donde, a falta de espacio para crecer, no hay opción más que matar figurativamente a aquel que nos impide seguir, que muchas veces es el propio padre.
Sigmund Freud utilizaba la figura del parricidio para ilustrar cómo el hombre busca desbancar al padre y así arrebatarle poder e influencia. Es lo que Freud llama “la fantasía del parricidio”. En política abundan los ejemplos, y es que más que un ritual, el parricidio político parece herramienta indispensable para llegar al poder.
Aquel rito iniciático es el quid de Succession, serie de HBO donde nos presentan a la familia detrás de Waystar Royco, un imperio de telecomunicaciones dirigido por su fundador y presidente, el octogenario Logan Roy (grandioso Bryan Cox). Su edad obliga a un proceso de sucesión en la compañía, pero el gran tótem se niega a entregar el trono a sus hijos, a quienes encuentra bastante ineptos como para dirigir la nave.
Durante dos temporadas hemos visto a Connor (Alan Ruck), el desentendido hijo mayor; Kendall (Jeremy Strong), el aparente heredero; Roman (Kieran Culkin, el más irresponsable, y Shiv (Sarah Snook), la única mujer del clan, enredándose en una guerra de varias capas que van desde el abuso hasta el total miedo al padre, así como la búsqueda del poder por el poder mismo.
Quien llegue a esta serie encontrará un retrato fino de la riqueza desmedida, llena de personajes despreciables con heridas que serían propias de muchas horas de terapia. Esto requiere de grandes actores y Succession los tiene. Ninguno da notas bajas. Es tan impresionante que a veces los diálogos no importan, lo interesante son las reacciones, los gestos y las muecas, potencializados por esa cámara que nos convierte en espías de esta manada de perros rabiosos.
En la tercera temporada (que terminó este domingo), las hostilidades se elevaron a un nivel de violencia verbal (tan vulgar como hilarante) como tal vez nunca se había atrevido nadie en la televisión. Pero lo mejor sigue siendo el subtexto, que de nueva cuenta alude a Freud aunque ahora en vía contraria.
Suspendan el parricidio, esto se ha convertido en Saturno devorando a sus hijos. Según el mito romano, Saturno engulle a sus vástagos por temor a que alguno lo destronara. Logan, ese apreciable maldito que parece imposible de quebrar, termina con el motín a bordo emulando a Saturno, despedazando a los niñatos que pretendían matarlo.
Jesse Armstrong, creador y showrunner de la serie, tiene una tarea compleja para la cuarta temporada: no sólo mantener el interés, sino seguir seduciéndonos con la enorme vileza de esta oscura familia. Es la serie del año.
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