Aviso: este texto contiene spoilers
El gran héroe en Spider-Man: No Way Home (USA, 2021), no es otro que Sam Raimi. Su trilogía de películas sobre el más grande superhéroe de Marvel sigue siendo tan relevante y poderosa que incluso -a casi 20 años de distancia- le alcanza el combustible como para impulsar el gran evento que representa No Way Home.
Todo el imaginario creado por Raimi es el motor de esta cinta. No hay que ir muy lejos: los dos villanos principales de aquella saga -Doc Ock (Alfred Molina) y Green Goblin (Willem Dafoe)- están de regreso y le impregnan a No Way Home un gravitas y oscuridad como pocas veces se ha visto en el MCU. Destaca la presencia ominosa de un extraordinario Willem Dafoe en su papel de Green Goblin, convirtiéndose en uno de los villanos más intensos y perturbadores de Marvel.
No Way Home es un enorme dulce hecho para complacer desproporcionadamente a los fans. Todo lo que el internet supondría que iba a pasar, efectivamente sucede, y el público se vuelca en gritos que inundan la sala una y otra vez. Si el cine de superhéroes es un parque de diversiones, este no decepciona (aunque sospecho que la diversión se agota luego de la primera vuelta).
Pero no todo es alegría. Para justificar la visita de tantos personajes de otros universos, el guión escrito por Chris McKenna y Erik Sommers recurre a una premisa moral que deriva en un discurso peligroso. Parker decide no mandar a los supervillanos de regreso a sus universos porque ahí su destino (como bien sabemos) es morir. Así, Spider-Man, su novia, su tía y su mejor amigo se dan a la tarea de “curar” (sic) a los villanos para convertirlos en buenas personas.
¿La maldad es una enfermedad?, ¿se puede curar el mal?, ¿se debe hacerlo?, ¿quién tendría el derecho para hacerlo? En la portada de Capitán América Núm 1. (1944), el Capi aparece golpeando a Hitler. ¿Acaso debió antes tratar de hablar con él y “curarlo”?
La última vez que vimos un caso similar en el cine fue en A Clockwork Orange (Kubrick, 1971), ahí al ultraviolento Alex DeLarge (Malcolm McDowell) lo someten a una “cura” para su maldad. Todos sabemos lo mal que terminó eso.
La moral de esta cinta resulta tan retorcida que lo único que parece importarle a Peter Parker (cualquiera de ellos) es ser bueno, pero a nadie le preocupa la justicia. Estos villanos jamás rindieron cuentas ante la ley, y nunca se plantea dejarlos vivos para luego mandarlos a pagar su deuda con la sociedad. Lo único que interesa es dejar en claro lo bondadoso que es Spider-man y compañía, aunque incluso con esa decisión siga muriendo más gente inocente.
El cine es reflejo de los tiempos y el de superhéroes no es excepción. Spider-Man: No Way Home se inserta (tal vez sin buscarlo) en la moderna hipermoralización, que no es sino esta espiral imparable de virtud que todo lo permea y todo lo cancela (lo cura), incluso a los supervillanos.
Lo anterior resulta extremo incluso para la dicotomía simplista de un cómic simple. Y es que al villano, al tirano, al dictador, o al bully de la escuela, no se le cura, se le enfrenta.