Nomadland: vivir en el camino

21 de Noviembre de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

Nomadland: vivir en el camino

alejandro aleman

Si el buen cine es una máquina de provocar empatía (Roger Ebert dixit), entonces Nomadland -tercer largometraje de la directora chino-norteamericana Chloé Zhao- merece todas las nominaciones, incluso la de Mejor Película en los próximos premios Oscar.

Dirigida, escrita y editada por la propia Zhao, Nomadland narra la historia de Fern (Frances McDormand) una viuda cercana a los cincuenta años, en Empire, Nevada, una típica ciudad dormitorio que se convirtió en pueblo fantasma luego de que la empresa más importante del lugar quebrara.

Tras la muerte de su esposo y al haberse quedado con una casa en medio de la nada, Fern decide vivir en su camioneta RV, yendo de sitio en sitio, buscando trabajos temporales y eventualmente reuniéndose con otras personas que como ella, lo han dejado todo para recorrer los caminos de Norteamérica.

“No soy un vagabundo, sólo no tengo casa”. Esto no es la romantización de aquellos que vagan para ser “uno mismo” con la naturaleza. En el camino, Fern conoce a muchos que como ella, viven en sus autos: adultos mayores cuya vida “productiva” ha acabado, víctimas de lo que ellos llaman “la tiranía del dólar”, cuando ya no consiguen trabajo o no tienen acceso a una jubilación.

Los mejores momentos de Nomadland son justo cuando el filme rebasa la frontera de la ficción. Y es que los personajes que Fern va conociendo en el camino son verdaderos nómadas, personas que han decidido darle la vuelta a un sistema económico que los ha descartado para mejor ir por las carreteras, recuperando tantos años de vida entregados a un trabajo que no les regresó nada a cambio.

La cinta no pretende ser un panfleto en contra del capitalismo voraz, en todo caso para ello está la actuación de Frances McDormand y esa mirada que observa el desierto luego de la tormenta económica: su casa abandonada, el pueblo fantasma, su vida empacada en unas cuantas cajas dentro de una van.

A pesar del tono pausado, Chloé Zhao se niega a sucumbir al cine contemplativo: sus cortes rápidos eluden espacio para el sopor, aunque no puede evitar esas tomas largas al camino, esos close ups insistentes a sus personajes y algunos planos secuencia que nos muestran la vida nómada.

Y ahí, en la frontera de lo real y la ficción, descubrimos más historias: la soledad de los ancianos que se quedan sin futuro, de los enfermos que prefieren pasar sus últimos días viendo las estrellas y no el techo de un hospital, o aquellos que ya no saben dormir bajo un techo y prefieren manejar, sin deudas ni pertenencias, pero llenos de recuerdos, gasolina, y caminos por andar.