Para la más reciente aventura de James Bond, No Time To Die (Reino Unido, Estados Unidos, 2021), la productora Bárbara Brocolli, junto con los guionistas Neal Purvis y Robert Wade, se deciden por una cinta que apuesta más a las emociones y menos a la acción.
Se trata de una absoluta anomalía (una más) en una saga de cinco películas que, como nunca en la historia del mítico espía inglés, revolucionó el mito desde sus raíces, cuestionando sus tics y burlándose de sus propios clichés para llegar, incluso, al extremo de otorgarle a este James Bond (al extraordinario Daniel Craig) la oportunidad que no tuvo ninguno de los anteriores: la de decir adiós.
Al final de Spectre (Mendes, 2015) veíamos a Bond junto con Madeleine Swann (hermosa Léa Seydoux) “cabalgar” hacia el horizonte. En No time to die, James se ha retirado y vive (aunque siempre viendo por encima de su hombro) una idílica vida junto con su amada.
Pero el pasado sigue manifestándose y en esta ocasión irrumpe cual explosión. Estamos frente a un James Bond que carga el peso de su propia historia como personaje anacrónico, producto de una guerra superada (la Guerra Fría) y en un mundo donde probablemente ya no tendría cabida.
No obstante, este Bond aprenderá (así sea a la mala) que el pasado más vale dejarlo morir, así haya que darle una ayudadita a punta de balazos.
El inicio de la película probablemente sea de los mejores de la saga o incluso de la historia de Bond mismo. Una secuencia que mezcla drama con mucha acción en escenas filmadas con total brío y un manejo soberbio de los espacios (cortesía del fotógrafo Linus Sandgren, el mismo de La La Land).
En esta entrega, ya no se puede hablar propiamente de una “chica Bond”, al menos no en el sentido clásico del término. Pero, tal vez como nunca, la presencia femenina es una constante sin la cual Bond no podría existir, ya sea en la forma de la maternal Moneypenny (Naomi Harris), de su rudo reemplazo en la agencia (imponente Lashana Lynch), o de la adorable Ana de Armas, quien por un breve instante se roba la película en su papel de espía novata.
El villano (aunque suene imposible de creer) es una especie de virus que se contagia entre familiares y que amenaza con destruir a la humanidad. La apuesta se eleva a niveles insospechados, haciendo de esta la misión más importante que haya tenido Bond jamás.
Y aunque a medio camino la película se empantana en sus propias servidumbres (escenas de acción que se sienten genéricas) el cierre es tan épico como emotivo. Se trata de un final por demás digno para uno de los mejores Bond en la historia. Quizá, de hecho, el mejor de todos.
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