Aviso: este texto contiene spoilers. Una película que conjuga todo: lo extraordinario y lo exasperante
Matrix Resurrections (Estados Unidos, 2021), la inesperada cuarta entrega de la saga Matrix, es el resumen perfecto de las tres películas anteriores. Esta secuela es por momentos brillante —como lo fue Matrix (1999)—, pero también exasperante, aburrida e incongruente, como lo fueron las muy fallidas Matrix Reloaded (2003) y Matrix Revolutions (2003).
El inicio resulta espectacular por cínico. En esta cuarta entrega, Mr Anderson (Keanu Reeves) es un viejo, pero exitoso programador de videojuegos. Su jefe, Smith (Jonathan Groff), le comunica que el socio comercial de la empresa, la Warner Brothers (sic), ha decidido hacer la cuarta parte del videojuego que le dio fama y fortuna: The Matrix. Pero la noticia va acompañada de una amenaza: “lo harán con o sin nosotros, mejor que sea con nosotros”.
Así, la directora Lana Wachowsky (su hermana decidió no participar en esta cinta) encuentra una vía francamente osada (aunque no del todo original, ver Wes Craven’s New Nightmare, 1994) para hacer un comentario sobre el estado del cine y (probablemente) sobre su posición respecto a esta cinta.
La película muestra a un grupo de programadores fanáticos de Matrix, el videojuego, tratando de descifrar el significado del mismo para replicarlo en la cuarta parte: que si es un mindfuck, una alegoría a lo trans o explotación capitalista. La autoparodia roza el delirio cuando uno de los personajes (el Merovingio, en divertido cameo de Lambert Wilson) vocifera frente a la pantalla cómo es que los celulares arruinaron todo, cómo es que la originalidad ya no vale nada en este mundo moderno y además sentencia que vendrán más secuelas de la franquicia.
Este juego meta es lo más interesante y hasta cierto punto arriesgado de la cinta, pero hasta ahí llega la parte interesante.
Después entramos en terrenos de Reloaded y Revolutions: diálogos aburridísimos, explicaciones innecesarias, personajes de relleno y escenas de acción que (y esto es un gran pecado para una cinta que lleva el nombre Matrix) no sólo son innecesarias sino, además, nada memorables.
Lo único que auténticamente emociona es el reencuentro de Trinity (Carrie Anne-Moss) con Neo. La mejor escena de la película no es una escena de acción ni mucho menos: se trata de una conversación de café entre Anderson (Neo) y Tiffany (Trinity), inmersos en sus aburridas vidas cotidianas (hijos, trabajo), pero con la sospecha compartida de que hay algo más allá de esta rutina que los encierra.
“La nostalgia es la cura a la ansiedad moderna” sentencia en algún momento esta cinta. Ellos lo saben y sólo por eso, por la maldita nostalgia, es porque vale la pena ver esta fallida cinta.