Hay una característica que hace del personaje protagonista de Lupin
—Assane Diop (Omar Sy)— un ladrón elegante como ningún otro: estamos frente a un hombre de recursos, experimentado hacker, bueno para los trancazos, mejor aún para la seducción y el engaño, pero que además es un maestro del disfraz. Pero su mejor careta, la que le permite pasar la más de las veces desapercibido, es el hecho de que se trata de un inmigrante que proviene de Senegal.
En el fondo, Lupin es una ligera, pero constante crítica al racismo de la sociedad francesa que no quiere voltear ver a sus migrantes.
Creado en 1905 por el escritor Maurice Leblanc, Arsène Lupin es un ladrón elegante —de monóculo y sombrero de copa— cuya popularidad lo ha llevado a aparecer en adaptaciones cinematográficas de diversa índole, siendo la más popular aquella de Hayao Miyazaki: Lupin the 3rd: Castle of Cagliostro (1979).
Producida por Netflix y ya con el récord de lo más visto en la plataforma en lo que va de 2021, la serie está escrita por George Kay (Killing Eve) y curiosamente no tiene como personaje principal a Lupin, sino al ya mencionado Assane Diop, un senegalés cuyo padre fue acusado (cuando él apenas tenía 14 años) de un robo que no cometió. Desde adolescente, Assane fue un obsesivo lector de las novelas de Leblanc, por lo que ahora, ya como adulto, emprende todo un plan para limpiar el nombre de su fallecido padre y llevar al verdadero responsable del robo a la cárcel.
Aunque Lupin recorre todos los clichés del libro de clichés, el guion de George Kay juega todo el tiempo con la expectativa del espectador. Por ejemplo, el primer capítulo (probablemente el mejor de la serie) muestra un espectacular robo en el Museo de Louvre. Y justo cuando parece que la historia no da para más (¡en el primer capítulo!), un giro de tuerca inesperado hace que todo cambie e impulsivamente le demos clic al botón de “Ver siguiente episodio”.
La elección de Omar Sy para interpretar a este copycat de Lupin es un acierto. Su presencia física hace plausible al personaje y al tratarse de un actor cuyo repertorio se limita a una sola nota (el hombre siempre afable y sonriente) hace que la serie sea un plato fácil de digerir aunque con poco valor nutritivo: no hay grandes dejos cinematográficos, apenas algunas escenas de acción interesantes y un buen diseño de producción.
Pero vamos, la serie se las ingenia para mantener nuestra atención y divertirnos a pesar de algunos pésimos diálogos (“¡Las élites volvieron a engañarnos!“) en una serie que no debería ganar premio alguno y cuya inclusión en Netflix aumenta el catálogo de series para ver mientras se lavan los platos.
Y miren que con esta pandemia cada vez hay más y más platos que lavar.