Aunque en el fondo todas las películas Pixar son passion projects, en el caso de Luca —la más reciente cinta del estudio— esto parece aún más personal: su director, Enrico Casarosa, es un italiano que a sus 20 años se mudó a Nueva York para estudiar animación. Treinta años después ha conseguido la oportunidad de dirigir su propio largometraje.
Es claro que el primer objetivo del director es celebrar su propia cultura, no en balde las múltiples referencias cinéfilas, musicales, culinarias y hasta automotrices: la Vespa, símbolo italiano por excelencia, convertido aquí en el McGuffin de la cinta.
Luca Paguro (Jacob Tremblay) es un “monstruo marino” de 13 años. A pesar de las advertencias de su familia sobre los peligros de salir a la superficie, Luca cae en la tentación de experimentar la vida en tierra firme gracias a Alberto (Jack Dylan Grazer), otro niño “monstruo” que ya sabe cómo es vivir en la superficie.
Alberto le mostrará a Luca la experiencia humana de tomar el sol, vivir bajo la ley de gravedad y el increíble arte de caminar. Y es que, al salir del mar, estos monstruos se transforman en seres humanos normales de dos piernas, aunque al mojarse regresan a su forma original. Su entusiasmo por la aventura alimenta la amistad de estos dos soñadores —y ahora mejores amigos—, cuyo mayor deseo es tener una Vespa para con ella recorrer el mundo.
Hasta aquí no hay sorpresa. Estamos ante la clásica cinta Pixar que celebra la rebeldía y la diferencia. Pero la cosa se pone más interesante cuando el par de niños viaja al pueblo cercano donde conocen a Giulia (Emma Berman canalizando el espíritu de Giulietta Masina) con quien eventualmente participarán en un rally para ganar la deseada Vespa, pero siempre cuidando que nadie se entere de su verdadera identidad.
Luca se aleja del canon Pixar en más de una escena: las escenas oníricas parecen salidas del imaginario del estudio Ghibli, los constantes homenajes al cine italiano, así como la hilarante comedia física.
Pero a diferencia de otras cintas del estudio, la ambición en Luca no es filosófica, visual o metafísica. Lo verdaderamente brillante es la aparente sencillez con la que el guion (del propio Casarosa junto con Jesse Andrews y Mike Jones) encuentra una conmovedora vía para hablar sobre la aceptación de la identidad (sexual, racial, ¿acuática?) en una cinta que al fin y al cabo trata sobre el duro proceso de salir del clóset (cualquiera que este sea).
Al final, la comunidad aprende a tratar como iguales a estos jóvenes de escamas multicolor. Generaciones por venir verán esta cinta y entenderán el mensaje. Ello no me parece menor.
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