En su famoso ensayo Cultura y Simulacro, el filósofo francés Jean Baudrillard define la simulación como “fingir tener lo que no se tiene”, mientras que disimular “es fingir no tener lo que se tiene”. El cine juega entre estas dos definiciones. La mayoría de las veces simula estar en un lugar que no es el real mientras que los actores disimulan ser otras personas mediante la negación de lo propio.
El simulacro y la simulación sirven como sorpresiva materia prima para La Belle Époque, ingeniosa comedia romántica escrita y dirigida por el cineasta galo Nicolas Bedo.
Francia, tiempo actual. Victor (magnífico Daniel Auteuil) es un viejo anticuado, otrora exitoso ilustrador y hoy desempleado, que pelea constantemente con su insatisfecha esposa, Marianne (Fanny Ardant). Anclado en el pasado, Victor odia la tecnología, los celulares, los autos que hablan, mientras que su esposa (orgullosa dueña de un Tesla) se va a la cama con un set de realidad virtual, opción mucho más interesante que pelear con su marido.
Marianne corre de la casa a Victor quien, sin rumbo, termina como cliente de un exitoso y moderno servicio de “realidad virtual” que consiste en llevar al cliente a la época de su preferencia mediante sets decorados para la ocasión, extras vestidos acorde al momento histórico y hasta automóviles de la época. Así, Victor decide regresar a 1974, a un típico café parisino donde conoció a la mujer de su vida.
Con un ritmo impecable y una edición vertiginosa (a cargo de Florent Vassault) que jamás pierde la atención del espectador, Nicolas Bedo junto con su estrella, Daniel Auteil, logran momentos de gran nostalgia y humor, no sin subrayar el hecho de que todo es una simulación: Victor se percata del papel tapiz que simula ladrillos, de la tramoya en el cielo y de los errores en la ambientación.
Pero, así como en el buen cine, Victor va cediendo al make believe de su propia historia: una fantasía masculina de viejos amores, drogas y orgías. Una máquina del tiempo análoga cuyas implicaciones metafísicas recuerdan a filmes como The Truman Show (Weir, 1998), Somewhere in Time (Szwarc, 1980) o incluso Total Recall (Verhoeven, 1990).
La premisa de esta cinta es tan grande que el género de comedia romántica le queda corto. ¿Qué habrían hecho otros directores con una trama así de interesante? No hay que imaginárselo mucho, basta recordar Midnight in Paris (Allen, 2011) o Synecdoche New York (Kaufman, 2008).
A pesar de ello, Nicolas Bedo cumple su propósito: hacer de este filme una experiencia divertida, inteligente, que nos hace reflexionar sobre el poder del simulacro y la simulación, que no es sino el poder del cine mismo.