Cuando Walt Disney se obsesionó por crear una nueva atracción para su primer parque de
diversiones con temática de “viaje por la jungla”, el imagineer (mezcla de ingeniero y creativo) Harper Goff le presentó a su jefe varios bocetos inspirados en una película que había visto en el cine: The African Queen (1951).
Dirigida por John Huston, con Katherine Hepburn y Humphrey Bogart, la cinta trata sobre una improbable pareja que huye del ejército alemán navegando en un bote en medio de la jungla.
Era de esperarse que Jungle Cruise (la película basada en aquel mítico ride de Disneyland) tuviera algo del ADN de The African Queen. Lo cierto es que las similitudes son ínfimas, limitándose si acaso al tipo de gorra que usaba Bogart, que es igual a la que usa The Rock en esta cinta.
Ahogada en notorios (que no precisamente notables) efectos especiales, Jungle Cruise es la historia de Lily (Emily Blunt) una arqueóloga que en 1916 va en búsqueda de las “Lágrimas de la luna”, una planta del Amazonas que supuestamente cura cualquier enfermedad.
Lily necesita a un capitán dispuesto a navegar con ella en medio del peligroso Amazonas, así es como conoce a Frank (Dwayne Johnson), un embustero pero notable marinero que cuenta con una embarcación medio destartalada, pero que él asegura es la más rápida de la zona. Se hace acompañar de un jaguar (sic) como mascota y a su vez es perseguido por Nilo (cameo de Paul Giamatti) con quien tiene una deuda pendiente.
En el pequeño bote irá también MacGregor (Jack Whitehall) el fino y elegante hermano de Lily que simplemente no se halla en medio de tanta aventura. Whitehall terminará por robarse toda la película.
Para estas alturas debería ser obvio lo que pasa aquí: se trata de una vil copia de Star Wars (con uno que otro chiste robado de la saga Indiana Jones). Lily es una especie de joven Indiana Jones, The Rock es Han Solo, MacGregor es C3P0 y todos van encima de una nave destartalada pero veloz, como el Halcón Milenario.
Tan sólo por el ejercicio de identificar las referencias/robos, la primera mitad de Jungle Cruise resulta divertida. La cosa cambia en la segunda parte, donde el viejo conquistador Aguirre —sobre quien cayó hace muchos años una maldición por andar buscando las susodichas Lágrimas de la Luna—, hace aparición junto con sus secuaces en un festival de efectos digitales que recuerdan a Piratas del Caribe (Verbinski, 2003).
No es precisamente el momento más brillante ni inspirado de Disney. La cinta intentaba ser un homenaje al cumpleaños 66 del Jungle Cruise de Disneylandia y la génesis de otra saga al estilo Piratas del Caribe. Ninguna de las dos cosas se cumple.