Indiana Jones y el Dial del destino: un final que nadie pidió

18 de Diciembre de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

Indiana Jones y el Dial del destino: un final que nadie pidió

alejandro aleman

¿Puede existir Indiana Jones sin Steven Spielberg? La respuesta es: no. Y si no me cree, vea la más reciente aventura del famoso arqueólogo: Indiana Jones and the Dial of Destiny (Estados Unidos, 2023).

Spielberg es tan fundamental para Indiana como lo es el sombrero fedora, el látigo, el tema compuesto por John Williams o la personalidad de Harrison Ford. Si alguno de ellos falta, no hay Indiana Jones.

Ford aporta un carisma inigualable, claro, pero ¿de qué te sirve tener un héroe así de carismático si no sabes cómo plantarlo frente a la cámara? Sobran ejemplos de la absoluta maestría con la que Spielberg proyecta una personalidad única a Indiana Jones: la clásica secuencia de la bola gigante que aplastará a Indy, el gag de la pistola y la cimitarra, la magnífica secuencia de inicio en Temple Of Doom (1984), la grandiosa escena de Indiana contra el tanque nazi en The Last Crusade (1989). La lista es enorme, pero la constante es la misma: Spielberg, resolviendo las escenas con gran economía, un encuadre maestro, planos secuencia cortos (sello personal de autor), gran manejo de espacios y por si fuera poco humor, mucho humor.

Nada de eso se encuentra en la nueva entrega. James Mangold (el director encargado de este numerito) apenas y se muestra funcional. No busca emular a Spielberg (ello habría sido desastroso), pero tampoco es capaz de entregar una secuencia memorable, una línea de diálogo icónico o una escena para la memoria.

El guión no es más que un checklist de lo que al parecer toda película de Indiana debe tener: una chica (en este caso su ahijada, Phoebe Waller-Bridge), un McGuffin (el anticitera de Arquímides), el mapa con el avioncito y el tema de John Williams, metido con calzador y personajes que aportan muy poco a la trama (¿Qué hace Antonio Banderas ahí?)

El resultado es una cinta que va de menos a más, con un ritmo que camina rengo (como Indiana mismo) y cuyo motor no es otro sino la nostalgia. La atmósfera de la cinta se asemeja más a la serie de televisión —Las Aventuras del joven Indiana Jones— que a la trilogía original.

El inevitable CGI sigue siendo un mal necesario, y aunque las secuencias con un Indiana rejuvenecido digitalmente se ven bien, se les olvidó rejuvenecer su voz: al momento en que el personaje habla, la ilusión (que debió costar millones de dólares), se acaba.

James Mangold hace el trabajo y no más, no hay brío autoral, no hay destellos, no hay imaginación. Estrictamente hace lo que se le pide y no más. Estamos ante una despedida un tanto parca y melancólica a un héroe viejo y un tipo de cine que no parece que volverá jamás.

La película es un curita que trata sanar la herida del terrible cuarto episodio, pero lo cierto es que nada de esto era necesario: en lo que a mi concierne, las aventuras del profesor Jones acabaron en 1989, con Indiana junto con su padre y sus amigos cabalgando hacia el horizonte.

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