Han pasado ya 25 años, cuatro fiscales, varias teorías, y a pesar de que la conclusión sigue siendo la misma —Mario Aburto actuó solo—, el imaginario colectivo continúa sin creer en esa versión de lo ocurrido en Lomas Taurinas, un 23 de marzo de 1994.
Vox populi, vox dei. En su más reciente serie sobre el tema, Historia de un Crimen: Colosio, Netflix ofrece al público justo lo que quiere ver: una historia de complots malignos, políticos oscuros y conspiradores conspicuos donde Mario Aburto es, a lo más, una víctima del sistema, de la pobreza, del hambre, de la tortura. Elija usted.
Luego de un inicio espectacular con la recreación de aquella fatídica tarde en Lomas Taurinas (eficaz dirección de Hiromi Kamata), los dos primeros episodios (de ocho en total) retratan a un Luis Donaldo (Jorge A. Jiménez ) bañado por un halo de bondad absolutamente inverosímil. Según el guion escrito por Alejandro Gerber e Itzel Lara, Colosio era un priista que no quería llegar al poder con los “apoyos” del Estado ni del partido y que insistía en hacer campaña a pesar de que el presidente Salinas (un caricaturesco Ari Brickman) le informa que eso no es necesario porque “ya todo está arreglado”. Un Colosio que, incómodo con la fastuosidad del evento donde lo ungen candidato, decide mejor salirse de la fiesta para platicar con los choferes y guaruras que esperan afuera. Dulce Colosio, falso Colosio.
Que la serie decida romantizar a Luis Donaldo e insistir en teorías de las que no hay pruebas sólidas no deja de ser una licencia válida en el terreno de la ficción, el problema es que esas decisiones no abonan en una historia que enganche, un thriller que perturbe o de perdis en una novela que haga reír. Se trata de un producto al que le falta la personalidad de la serie que la inspira (American Crime Story) y carece de identidad clara: por momentos es un drama telenovelero, una dramatización y otras de plano un mockumentary.
Pero lo más doloroso es la promesa incumplida. Se dijo que el eje de esta serie estaría en el personaje de Diana Laura (impresionante Ilse Salas) y eso sucede muy a medias. Más allá de una escena donde la viuda confronta a un Salinas que enmudece frente al reclamo (“¿quién fue, Carlos?”) no se desarrolla un personaje realmente combativo, sino apenas una viñeta, bastante obvia, de la mujer dolida, desconfiada y quebrada por la enfermedad.
Netflix llega tarde y mal al terreno de las series basadas en la historia nacional; se les adelantó Amazon con la muy superior Un Extraño Enemigo (sobre los hechos del 68), de la cual se espera que llegue pronto una segunda parte.