El viaje por el multiverso está suplantando la fascinación de Hollywood por el viaje en el tiempo. El futuro ya no suena prometedor y por eso la idea de que exista otra realidad donde las cosas sean mejores suena tan fascinante.
Por supuesto, el concepto de multiverso en el cine no es nuevo: ya en 2001 Jet Li viajaba entre distintas realidades para matar a sus alter-ego y así convertirse en The One (Wong). Pero de las muchas cintas con esta temática Everything Everywhere All at Once (EUA, 2022) debe ser una de las más vistosas.
Los directores de esta película, Daniel Kwan y Daniel Scheinert (quienes se hacen llamar Daniels), desafían las leyes de la coherencia abrazando un caos visual por demás atractivo. Sin previo aviso, la película rompe el plano, lo divide, cambia el ritmo y juega con los espacios, siempre tratando de explicar una y otra ¡y otra vez! la trama, pero sin dejar de pisar el acelerador. Lo admito: es fascinante. ¿Funciona? No siempre.
Ni siquiera tiene sentido explicar la trama. Lo que deben saber es que Evelyn Wang (icónica Michelle Yeoh) es una ama de casa frustrada que junto con su marido -el bonachón pero medio menso Waymond (gran Ke Huy Quan, lo recuerdan por ser el niño que acompañaba a Indiana Jones en The Temple of Doom, 1984)- atienden el negocio familiar.
El día se torna tenso porque tienen una cita con una ruda oficial de hacienda (divertidísima Jamie Lee Curtis), mientras que la hija de ambos, Joy (Stephanie Hsu), les quiere presentar a su novia (y por ende darles la noticia de que es gay). Pero esto es apenas el inicio, algo sucederá en esa cita que será absolutamente impredecible.
Con más trucos de edición que efectos por computadora, la cinta no parece seguir regla alguna: cuando crees que el ritmo no cederá, de repente estamos en un homenaje a In The Mood For Love (Wong Kar-Wai, 2000), cuando crees que no verás algo tan extraño como un universo donde la gente tiene dedos de salchicha, saltamos a un planeta donde todos somos piedras y los diálogos aparecen como subtítulos en pantalla.
De Kubrick a Kung-Fu Hustle (Chow, 2004) y de regreso, pasando fuertemente por The Matrix (Wachowskis, 1999). A los Daniels parece que nunca se les agotan los recursos, pero lo cierto es que exageran demasiado en la exposición, la repetición y las secuencias de acción que aunque novedosas no llevan a nada.
El alarde metafísico es más visual que intelectual. El objetivo final de la película se siente imposiblemente cursi: una oda a la importancia de la familia. La película es un triunfo al menos en un aspecto: pone en evidencia la mediocridad del cine de Marvel. Este sí es un Multiverso de la Locura.