El Rey León (Allers & Minkoff, 1994) es, sin duda, una de las cintas más populares de la casa Disney y que además presume de un estatus de culto. ¿Qué sentido tiene entonces hacer un remake de esta película?, ¿para qué hacerlo si el guión de este nuevo filme no es sino una copia calca del original?
La respuesta a estas preguntas queda clara a los pocos minutos de iniciado este, el noveno largometraje de Jon Favreau (Iron Man, The Jungle Book ): lo hicieron porque pueden.
Y es que The Lion King (USA, 2019) no es una película, es un vulgar despliegue de poder. A Disney no le interesa contar la historia “para una nueva generación”, lo que le interesa es demostrar su poder de cómputo y su habilidad técnica.
En su mayor parte, The Lion King no parece una cinta filmada, sino más bien programada, hecha con algoritmos y tarjetas gráficas. Por supuesto que hay arte involucrado en todo esto: el nivel de detalle en la animación es apabullante. El cerebro sabe que se trata de imágenes emanadas de una computadora, pero el ojo humano no puede distinguir la diferencia entre esto y un documental de leones en la selva.
El nivel de detalle es enfermizo: las sombras, el pasto, los insectos, el polvo que se levanta del piso al caminar, los paisajes. Nada parece sacado de un procesador, todo se ve como un documental de National Geographic.
Este hiperrealismo hace que todo sea más frío: los personajes hablan y cantan, pero como tienen prohibido ser caricaturas, las expresiones faciales son mínimas. Hay momentos, pocos, donde se logra transmitir emociones son justo los momentos que mejor funcionaban en la cinta original: la estampida, la traición, la muerte, y por supuesto, el famoso
hakuna matata.
En un mundo tan hermoso como frío, la risa inigualable de Seth Rogen y las pequeñas gotas de improvisación, junto con Billy Eichner (Pumba y Timón, respectivamente) son el único dejo de humanidad en una cinta que bien pudo ser un documental con las voces sobrepuestas.
El Rey León de Jon Favreau hace un perfecto programa doble no con la cinta original, sino con The Congress (2013), película en la que el director Ari Folman (Waltz with Bashir) nos presenta un futuro donde los actores son escaneados y su imagen comprada por las grandes corporaciones para que las estrellas de Hollywood ya no tengan que actuar y nunca envejezcan. Disney, nos queda claro, tiene ya todo el poder para hacer algo así, sólo es cuestión de esperar a que decidan quién será el primero.