Gritos, vómitos, mareos, desmayos… en pocas palabras: miedo, de ese que paraliza, que provoca pánico, que eriza la piel. Auténtico terror. Lo que inició como una simple visita al cine en una tarde de 1973 se convirtió en una absoluta pesadilla para muchos de los espectadores que acudieron al estreno de El Exorcista, la cinta dirigida por William Firedkin, basada en la novela homónima de William Peter Blatty.
Las historias de gente desmayada o que salía despavorida de los cines provocaron la curiosidad y el morbo. Era común ver filas enormes afuera de los cines con cientos de espectadores esperando encontrar un boleto, no importando que fuera para la última función del día.
Reacciones similares se multiplicaban por todo el mundo. El Exorcista llegó a salas nacionales en diciembre de 1974, no sin antes proyectarse de manera clandestina en un edificio de la colonia Del Valle al que eventualmente llegó la policía: “se escuchan gritos, profanaciones y risas demoníacas”.
La crítica fue mixta. Roger Ebert (ganador del premio Pulitzer) reconocía a El Exorcista como una de las mejores películas de su tipo. “Trasciende el género de terror (...) es un triunfo de los efectos especiales.”, y remata con una afirmación interesante: “Puede ser que los tiempos que vivimos nos hayan preparado para esta película”.
Por su parte, la siempre ruda Pauline Kael definía la película como del peor gusto imaginable. “Es el cartel de reclutamiento más grande que ha tenido la Iglesia Católica”. Aunque al final, Kael reconoce que “Un crítico no puede combatirla porque funciona debajo del nivel consciente. ¿Cómo se exorcizan los efectos de una película como ésta? No hay manera.”.
A 50 años de su estreno, El Exorcista sigue siendo tan efectiva como el primer día. La película es la Meca del cine de horror, el lugar al que todas las cintas del género aspiran a llegar.
¿Por qué nos sigue asustando? La respuesta se divide en fondo y forma. Friedkin dirigió esta película “con la seguridad de un sonámbulo”. Estamos ante uno de esos extraños escenarios donde toda decisión tomada por el director fue la correcta: desde el casting, la música, el ritmo y el tono. Pero lo más efectivo probablemente reside en que se trata de una familia común atacada por un horror inimaginable. Friedkin define a El Exorcista como una cinta sobre el misterio de la fe. En el fondo la aborda desde una nota optimista: si el Diablo existe, entonces existe Dios, hay esperanza.
El Exorcista sigue siendo el clásico de terror por antonomasia, una cinta que requería a alguien sin miedo al reto técnico y al guión carente de sutilezas. Friedkin era el único que podía hacerlo, y en su carencia de temor, creó
la película más espeluznante en la historia del cine. El Exorcista se exhibe esta semana en algunas salas de cine.