Dune, o la hermosa nulidad

19 de Diciembre de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

Dune, o la hermosa nulidad

alejandro aleman

Si hoy día existe una nueva versión de Dune (USA, 2021), es gracias a David Lynch. Y es que luego de su horrible cinta homónima de 1984, quedó la duda sobre si se trataba de una película infilmable o tan sólo estábamos frente a un terrible accidente.

Y conste que no (sólo) lo digo yo, el propio Lynch ha declarado que Dune es el peor fracaso de su carrera, al grado que el cineasta se ha negado a hablar al respecto o incluso participar en la realización de una versión restaurada. “Revisitar esta cinta sería muy doloroso”, declaró en alguna ocasión.

Pero si la versión de Lynch deprimía a los 10 minutos de metraje (Roger Ebert dixit), la versión de Denis Villeneuve deslumbra de inmediato. Dune es una película estructurada para verse en una pantalla enorme (de preferencia en IMAX), diseñada con tal grandilocuencia que por momentos pareciera que no cabe en ninguna pantalla de este planeta.

Villeneuve no descansa. Junto con su cinefotógrafo Greig Fraser (Rogue One, The Mandalorian, y próximamente The Batman) y su compositor Hans Zimmer, están decididos a no dejar pasar más de cinco minutos sin llenarnos la mirada con alguna imagen bella, enigmática o sorprendente.

Se trata de una experiencia visual y auditiva hecha para vivirse en la mejor sala posible. Un espectáculo cinematográfico que no niega su deuda con nombres como los de David Lean, Francis Ford Coppola, Stanley Kubrick, Ridley Scott, Luc Besson o George Lucas.

Si Lynch solo sabe filmar pesadillas, Villeneuve filma sueños: naves espaciales grandiosas, helicópteros que simulan libélulas, paisajes increíbles y claro, esas interminables dunas.

Todo lo anterior parece suficiente, pero definitivamente hay un gran vacío en medio de tanta grandilocuencia: a Villeneuve se le olvidó que hay una historia que contar. Dune es en realidad un enorme prólogo sobre algo que no se termina de esbozar.

Resulta que esto es apenas una “Primera Parte”, y vaya que los guionistas —Eric Roth, Jon Spaiths y el director mismo— se lo tomaron muy en serio. Luego de una media hora de pura total y horrible exposición, vienen algunas escenas de acción, para luego dirigirnos a un último tramo donde no hay absolutamente nada. Para una cinta que claramente busca ser una alegoría sobre el imperialismo (en cualquiera de sus formas) hay nulas reflexiones al respecto.

¿Cómo es posible que un filme donde todo es tan perfecto (actuaciones, foto, música, edición, ritmo, atmósfera) y a veces tan genuinamente hermoso, sea a la vez tan decepcionante? Supongo que habrá que esperar a la segunda parte para buscar entre la arena lo que esta primera parte se negó a darnos.