En algún momento de Trainspotting (1996, Boyle) la voz en off del narrador —el junkie Mark Renton (Ewan McGregor)— hace la siguiente declaración al tiempo que está por inyectarse heroína: “Todo mundo cree que lo hacemos por la desesperación (...) pero lo que olvidan es que esto provoca placer. Si no fuera así no lo haríamos, no somos tan estúpidos”.
Reconocer el placer ligado a las drogas duras era un paso notable en el guión de Trainspotting. Su denuncia sobre el mundo de las drogas se hacía así más efectiva. No había contradicción en su discurso, había honestidad.
También ligada al tema de las adicciones (en este caso sobre el alcohol), la más reciente cinta del danés Thomas Vinterberg, Druk (Una Ronda Más, su título en español), prefiere caminar por senderos contradictorios: ¿estamos acaso ante la celebración del alcohol como modo de vida o es un cuento moral sobre los peligros de la bebida?
Copenhague, época actual. Cuatro profesores cuarentones ponen a prueba un experimento basado en una teoría científica (que es real): según el psiquiatra noruego Finn Skarderud, el cuerpo humano tiene un déficit de alcohol del 0.05%, por lo que mantener ese porcentaje de alcohol en la sangre es saludable, brinda calma, alegría y hasta creatividad.
Así, estos amigos —entre quienes destaca Nikolaj (Mads Mikkelsen), un profesor de historia cuya clase se ha tornado aburridísima, así como su matrimonio y toda su vida— deciden poner a prueba esta teoría con excelentes resultados: su desempeño docente mejora, su vida conyugal se despierta. Todo parece ser más feliz.
Al principio parece que estamos frente a una comedia facilona con moraleja telegrafiada, pero rumbo a la segunda mitad del filme, Vinterberg y su guionista Tobias Lindholm llegan a la inevitable faceta en la que la borrachera ya no es chistosa ni divertida.
En plena era de las cancelaciones moralistas, el director filma una película que habla del alcohol no desde el regaño, sino desde el reconocimiento de la alegría inherente que produce y el oscuro túnel al que te lleva cuando se utiliza en exceso. Vinterberg va más allá del relato moral: estamos frente a una soberbia alegoría sobre la insatisfacción existencial de la edad madura.
¿Celebración o condena? Druk abraza su esperanzadora contradicción mediante la extraordinaria secuencia final (que sin problema es una de las mejores secuencias de la década) en la que un Mads Mikelsen baila en un éxtasis de felicidad alcohólica y de pulsión de vida para, al final, arrojarse hacia el mar sin que sepamos nunca si se hundirá o saldrá volando.
Ambas opciones son igualmente probables.
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