En Cosas imposibles (México, 2021), el más reciente filme del director Ernesto Contreras, la Ciudad de México es un personaje omnipresente. Sus puentes peatonales, sus mercados sobre ruedas y sus unidades habitacionales son el escenario donde la soledad y la locura de sus personajes vive y se manifiesta.
Contreras (lo recuerdan por filmes como Párpados azules, Las oscuras primaveras, Sueño en otro idioma), junto con su fotógrafo, César Gutiérrez (Espiral y Workers), se oponen al típico retrato sórdido y gris de la Ciudad de México para mejor concederle una paleta de colores vivos a sus viejos edificios, a sus paredes grafiteadas, a las colonias populares (la unidad Infonavit Iztacalco convertida en enorme set cinematográfico) y a los vagones naranja del ubicuo (y ahora tan doloroso) metro de la ciudad. La decisión de alejarse de un trazo ominoso o tremendista permea por todo el guión. Estamos ante una feel good movie armada con personajes
inusuales en un escenario inusual.
Matilde (extraordinaria Nora Velázquez) es una introvertida septuagenaria que vive con su marido, Porfirio (genial Salvador Garcini), un hombre iracundo y frustrado que todo el tiempo se la pasa gritando e insultando a su mujer.
Su vecino, Miguel (joven comerciante y dealer de la zona), se da cuenta de lo solitaria que es Matilde (tal vez un tanto como él mismo), por lo que poco a poco comienzan una improbable amistad. Es entonces cuando Miguel (solvente Benny Emmanuel) se da cuenta que Matilde padece de esquizofrenia: y es que su marido en realidad murió hace muchos años, pero en su mente ella lo sigue viendo y padeciendo con su horrible carácter.
Cual reversión chilanga del clásico Harold & Maude (Ash-
bi, 1971), el guión a cargo de Fanie Soto y la soberbia puesta en imágenes de Contreras/Gutiérrez atrapa gracias a un relato netamente citadino que resulta entrañable gracias al gran trabajo actoral de todo el reparto, así como por la construcción de atmósferas que reflejan el mundo delirante de Matilde: el episodio musical en el metro (cameo de Verónica Toussaint), sus caminatas solitarias en el supermercado (que en su mente son junto con su nefasto marido) o ese genial inicio con una versión de El Despertar —de Marco Antonio Muñiz— que marca el tono y color de la cinta.
Y aunque los más cínicos encontrarán imposible la amistad entre una septuagenaria y un adolescente, o señalarán como peligrosas ciertas afirmaciones del filme (no, la esquizofrenia no se cura “echándole ganitas”), es también imposible no reconocer la buena manufactura de esta cinta que tiene como objetivo arrebatarnos una sonrisa. Lo logra, y con creces.
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