Bajo la piel de este relato encontramos el esqueleto de historias de amor juvenil marcadas por la tragedia: Bonnie And Clyde (Penn, 1967), Badlands (Mallick, 1973) y, si son de una generación más cercana, Twilight (Hardwicke, 2008).
Luca Guadagnino no es ajeno a este tipo de romances, marcados siempre por algún obstáculo que les impide ser felices (llámese clase social, preferencia sexual o estatus marital). Pero en este caso, aquello que une a esta pareja de amantes es también lo que los separa: una macabra condición que hace que nuestros protagonistas no puedan evitar comer carne humana.
Estamos en la década de los años 80. Maren (Taylor Russell) es una adolescente que vive con su estricto padre y que una noche se escapa de fiesta con sus amigas de la escuela. En plena celebración y sin control de sus propios instintos, Maren protagoniza un episodio por demás sangriento. Al regresar a su casa, aterrada por lo sucedido, se encuentra con que su padre la ha abandonado, dejándole algo de dinero y una grabación en casette donde le explica que esa hambre por carne humana es heredada de su madre.
Sola y sin familia, Maren se lanza en un viaje por diversos lugares de la Norteamérica profunda en búsqueda de sus raíces y una razón que le haga entender su monstruosa naturaleza.
La primera mitad de la cinta es un modelo de ritmo perfecto y narrativa exacta que, no obstante la notable actuación de la señorita Russell, quien se termina robando la película es Mark Rylance en su papel, Sully, un viejo solitario que comparte con Maren su gusto por la carne y que le explica que no es la única, de hecho hay muchos más con el mismo hábito.
Uno de ellos es Lee (Chalamet), joven de quien Maren quedará prendada en un idilio romántico que sería clásico, excepto por la necesidad insaciable de sus apetitos carnívoros y el deseo inalcanzable por ser personas normales.
El placer, el gozo y el amor son los grandes temas de Guadagnino, y aquí no es la excepción. Aunque el drama siempre termina por truncar el goce, nunca faltan esos momentos en los que sus personajes se entregan al placer de la carne, de la comida y de la vida en la naturaleza. La sensualidad y el horror están presentes en una celebración hedonista que se sabe breve, imposible, y tal vez por eso resulta incluso más deliciosa.
Guadagnino es incapaz de negar la vida hedonista a sus personajes, así se trate de dos bestias sangrientas o dos hombres que comen duraznos y se comen entre ellos mismos. Lo que separa a Bones and All de Call me by your name es el escenario diametralmente opuesto, pero en el fondo es lo mismo: una historia de amor, perfectamente bien contada, sobre dos personajes que sabemos desde un inicio, no podrán estar juntos.