Belfast: infancia es destino

27 de Septiembre de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

Belfast: infancia es destino

alejandro aleman

Nominada al Óscar en la categoría de Mejor Película, Belfast (Reino Unido, 2021) inicia con una explosión. Es agosto de 1969, en alguna calle de la idílica capital de Irlanda, los niños juegan, los adultos sonríen, hasta que la paz se ve interrumpida repentinamente por un grupo de encapuchados que con palos y gasolina destruyen el lugar ante la mirada atónita de Buddy (Jude Hill), un niño de nueve años que jugaba a pelear contra dragones con su espada de madera y la tapa de un bote de basura.

Este será el primero en una serie de eventos que marcarán el principio del fin de la infancia de Buddy. Hasta ese entonces su mundo era esa calle y su familia: su hermano Will (Lewis McAskie), sus adorables abuelos (Judi Dench y Ciarán Hinds), su mamá (Caitriona Balfe) y su padre (Jamie Dornan), quien trabaja en Inglaterra pero los visita esporádicamente.

Su familia está preocupada, no solo por la creciente violencia, sino también por las deudas. Empero, los problemas de Buddy siguen siendo los de una infancia que se niega a morir: ver Star Trek en la tele, gastar el dinero que le regala su abuela, lograr que la guapa del salón le haga caso.

La decisión de filmar en blanco y negro va más allá de la mera estética: a Buddy le preocupa el bien y el mal, dibuja en una libreta un camino que se bifurca. A su pequeña edad no hay grises: o es bueno o es malo, la cosa es saber cuál es cuál.

Más que recordarnos a Roma (Cuarón, 2018), Belfast nos remite a relatos como Las Batallas en el Desierto (1981, Pacheco), donde se describen mundos desde el punto de vista no de los adultos sino de los niños.

Así, tanto el guión y la dirección de Kenneth Branagh, pero principalmente la extraordinaria fotografía de Haris Zambarloukos, privilegian el punto de vista de Buddy. De ahí esas tomas como la del papá en un contrapicado que lo hace ver como un gigante, o los planos dentro de planos, como protegiendo a la familia (particularmente a su abuela).

En este mundo en blanco y negro, las únicas tomas a color son aquellas que emanan de la pantalla del cine local o del escenario cuando ven a una obra de teatro. La televisión no tiene ese mismo privilegio: se sigue viendo en blanco y negro así se trate de un noticiero o del nuevo episodio de Viaje a las Estrellas.

Belfast es la conmovedora crónica de una infancia (basada en la del propio director) que finaliza, marcada por las inevitables partidas, los cambios y las despedidas. A Branagh no le interesa ahondar en los conflictos sociales porque justo cuando aún somos niños eso no importa, lo que importa son los dulces, la niña que nos gusta, y el miedo a que nuestros abuelos no estén más con nosotros. Es el tipo de película tierna y amable que requieren estos tiempos oscuros y canallas.

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