Desde aquel feroz himno contra la sobreprotección materna llamado “Mother” -en el álbum The Wall (1979) de Pink Floyd-, no recuerdo otra obra que con tal furia se hubiera enfrentado a la figura materna como lo hace Ari Aster en su más reciente cinta Beau is Afraid (2023).
Para el director, la familia es el escenario de las peores pesadillas. Así sucedía en Hereditary (2018) donde el pasado ligado a rituales satánicos destruía a todo un clan o en Midsommar (2019) donde unos incautos turistas se vuelven víctimas de un culto pagano (otra forma de familia).
En Beau is Afraid, Aster ejerce al límite su cualidad de autor. Si antes recurría a tropos clásicos del género (demonios, cultos satánicos, etc), ahora explora otras formas, llegando a la conclusión de que el peor horror se encuentra en nuestra psique y que la fuente principal de todos nuestros miedos no es otra que la familia, en concreto, nuestra madre.
Beau (incansable Joaquin Phoenix) es un cuarentón con múltiples inseguridades. Debe volar a casa de su madre por el aniversario luctuoso de su padre, pero todo se complica terriblemente (le roban las llaves y su equipaje). Beau tendrá que explicarle a su madre lo sucedido sin que suene a desaire, ¿qué peor pesadilla que esa?
La cinta se compone de pequeños horrores que se irán haciendo gigantes: quedarse fuera de casa sin llaves, no tener cambio para pagar en la tiendita, que se metan desconocidos a tu casa o hasta llegar al infierno mismo: un tribunal que juzgará todas las cosas que le hiciste a tu mamá, desde no comer la sopa, hasta no llegar a la cita pactada.
Por el precio de una entrada, Aster nos avienta cinco películas, algunas más efectivas que otras, todas filmadas con brío e imaginación desbordada y sin sutileza alguna. El director someterá a su personaje a mucho castigo y no hará menos por nosotros: son tres horas de densidad, de angustia, de gritar en silencio: ¿qué carajo estoy viendo?
Lo anterior no es un defecto, es parte del plan. Aster nos recuerda a otro cineasta experto en infiernos personales, Charlie Kaufman. Como en Synecdoche, New York (2008), el director nos lleva en un viaje agotador por la ansiedad, la angustia y los recuerdos de un hombre, desplegados cual muñeca rusa.
Quien espere horror convencional saldrá decepcionado, quien espere una cinta convencional saldrá muy enojado. ¿Es un desastre? No lo creo, en todo caso prefiero este tipo de desastres (ambiciosos, excesivos) a aquellos que suceden por falta de imaginación.
Al final dan ganas de abrazar al personaje de Joaquin Phoenix. Y también dan muchas ganas de tomar el teléfono, hablar con mamá, pedirle perdón y decirle: te amo, feliz día de las madres.